sábado, 18 de junio de 2016

Capítulo 4: La búsqueda de la respuesta · Chapter 4: Looking for the answer

Cigarrete daydreams. A ritmo de la canción Mia deja de lado a Beethoven. El Beethoven mental. Y escucha la música que viene del comedor... You wanna find peace of mind... Levanta el torso. Pero pronto vuelve a sentir el peso de la vida. Y cae de nuevo entre las sábanas. Hay una fuerza que la empuja a no poder salir de allí, ese agujero negro que la absorbe una y otra vez. Incluso cuando intenta ir al baño es ya un esfuerzo. Y al levantarse va dando tumbos, se agarra a las paredes, se pega golpes y esos golpes permanecen. En su piel. Y cuando alguien la toca pone sus manos encima de los golpes, sin verlos siquiera. Y aprietan. Y el dolor surge, del golpe y de la mano. -¿Desde cuándo te empezaste a sentir así, Mía?- pregunta de psicólogo interesado que cobra por horas. ¿Quién si no iba a preguntarle algo así sin querer salir corriendo cuando empezase a articular la respuesta? -No lo sé- no tiene ningún interés en saberlo. Supone que lo sabe, de alguna forma, sin palabras, en sus órganos se grita la respuesta. Pero no quiere saber decirlo. Una vez sepa decirlo... el abismo, ¿no? O peor. Encontrar una solución. La Solución. La que todo lo cura. Esa solución le salvará la vida, ¿no? -Haz un pequeño esfuerzo. Es importante, Mía. ¿Desde cuándo empezaste a sentirte tan triste? ¿Cuál es tu motivo? -¿Puede no haber ningún motivo? -Me costaría creerlo. Algún motivo tiene que haber. La depresión nunca es porque sí. Hay una razón. Y esa razón hay que buscarla, aunque tengamos miedo. Miedo de hacerle frente. Miedo de trabajar en la razón para no tener que sentirnos más tristes. A ti, ahora, te gusta estar triste aunque te cueste creerlo. Estar triste te hace sentir como en casa. Cómoda. "Y qué sabrá usted si yo tengo una casa de esas cómodas, como usted dice..." Piensa ante las aseveraciones del profesional de la mente. Pero sí la tienes, Mía. La tienes. Es esa cama. Y ese sueño. Y esa puerta cerrada. Y esas sábanas que no quieren despegarse de tu piel. Y el olor a café de las manos que te tocan. Todo eso es tu casa. Sí la tienes. Pronto me mandarás callar por estar diciéndote todas estas cosas... pero lo sabes. Habla con él. Él puede ayudarte. Él quiere ayudar porque cobra por horas. -¿Sabe cuánto tiempo llevo sintiendo esto? Quizás siempre. No de esta forma, obviamente. Pero siempre en mi era el desasosiego. Nada en la vida, en mi vida, parecía estar en su lugar. Admiraba a esas personas que paseaban por la calle y que parecía que tenían toda su vida en su sitio. Sin plantearse nada. Sin pensar en nada. Solo se dejan llevar como los salmones en el río. Quizás a veces nadan contracorriente, y entonces parece que están luchando algo, que algo les ofrece resistencia. Pero luego vuelven a lo mismo. Parecen morir en ese instante y resucitar como vivían anteriormente. No es que quiera agobiarle ahora con la vida del salmón de río. Y tampoco es que esté obsesionada con envidiar la felicidad ajena. Solo que parece que ese tipo de forma de proceder siempre me ha sido ajeno. Nunca he podido. Entenderlo, sí. Y envidiarlo. E incluso hubo un momento de mi vida en el que me sentí normal y sentí que podía vivir así, como un salmón nadando en el río, cogida de la mano de alguien que también es un salmón y también está en ese río. Luego resulto que volvió el desasosiego, después de mucho, mucho tiempo. Volvió el mirar alrededor y verlo todo extraño. Volvió dejar la vida para refugiarme en la oscuridad de una habitación y debajo de unas sábanas. Desnuda. Delicada. Sola. Cerrando los ojos vuelvo a mi sueño. Volviendo al sueño todo tiene sentido. Y entonces me torturo pensando cuándo podré volver a ser un salmón. Cuando lo único que me apetece es rugirle a todos los salmones en la cara, ponerme en el río a pegar zarpazos como los osos. Cazar uno, dos, tres. Matarlos y comérmelos. Y volver a la cueva a hibernar por fin. A cerrar los ojos y sentir como el cuerpo muere un poco, y renace. Estoy enfadada con todos esos pececillos y quiero comérmelos, ¿lo ve? No soy una persona para el mundo. No sirvo para vivir. Nunca he servido. Siempre ha sido todo tan triste... en mi mente. Incluso los momentos buenos eran un poco tristes. - se hizo un silencio entre paciente y doctor después de decir todo esto. El Dr. Puig no paraba de tomar notas sobre lo que ella decía. Son notas extensas. Largas. Intenta analizar. -¿Ves como había algo? Y podías decirlo. Hay que trabajar ese sentimiento, ese desasosiego, no? Podemos trabajarlo y te sentirás mejor. Por supuesto al principio vamos a necesitar apoyo. Un poco de medicación para que estés mentalmente predispuesta, para que tu cuerpo esté más animado. Si no no vamos a poder hacer nada. -¿Medicamentos? No quiero medicarme. No quiero tener que tomar pastillas para aguantar el peso de la vida. Me parece patético. -Tenemos que hacerlo. Sin las pastillas no funcionará el tratamiento cognitivo-conductual. -Entiendo. Si no hay más salida... pero para mi será como un parche. -Intentémoslo, Mía. Lo haremos. Te hago la receta de las pastillas. Cómpralas al salir de aquí, ¿ok? Son para reducir la ansiedad. Y así trabajaremos mejor. Una al día. Empieza a tomarlas hoy mismo y no te saltes ninguna dosis. Nos vemos la semana que viene, martes a las once, como hoy. Que Eli te apunte. Cuídate.

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