miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 15: Desconéctame · Chapter 15: Turn me off

El pitido del microondas devuelve a la joven a la realidad. Aquella que cada día nos llama la atención rozando con el dedo índice nuestro hombro delicadamente. Está nerviosa. Su historia de amor es hermosa, pero no da de comer a la vida.

La vida le pide más. Y más.

Y ella, tan hermosa, solo pide un segundo en ese sueño. Un segundo para creer que solo de amor podrá vivir los próximos veinticinco años.

Que no necesita triunfar. Ni necesita leer. Ni escribir. Ni bailar. Ni siquiera interactuar con otros semejantes.

Solo necesita llegar a casa y verla para volver a confiar. En que hoy podrá dormirse y mañana podrá levantarse. Cualquier cosa que se interponga entre nosotras será destruida. No hay nada más que hablar, se dice a sí misma. Abre el micro y enciende la luz. La taza de agua hirviendo libera un vapor parecido a la cortina de humo de los magos en el escenario. Se le empañan las gafas y , durante un segundo, no ve nada más que una realidad inconclusa. Le gustaría hacerse una bola {como los bichos bola} y rodar, rodar muy lejos. Donde nadie pudiese juzgar lo que siente. Donde nadie pudiese recordarle que su vida no es más su vida sino la de otra persona. Rodar hasta hacerse tanto daño que no pudiese sentir la pena que se da. El entelado de las gafas desaparece. Y la vida vuelve. Abre el armario de las infusiones que ya no es el armario de las infusiones. Hace unos meses que es el armario de las cosas que no nos sirven. A ella no le gustan las infusiones, las infusiones son para la pareja agua con sabor desagradable. La pareja gusta de bebidas con alcohol o de café con leche entera. Las infusiones no sirven para nada. Así que se guardan en el armario de lo inservible. Abre la caja del Yogi Tea. Abre una de las bolsitas del té relajante que compró la semana pasada y lee con sumo cuidado, como si fuese la lectura del futuro de sí misma, el mensaje: "Love without trust is like a river without water". Repite la frase en su cabeza una, dos, tres veces. Cuatro. Cinco. Mierda de Yogi Tea. Mierda de frases estúpidas. Mierda de vida. Sumerge la bolsita en el agua y espera. Cinco minutos. Deja la taza apoyada en el banco que sirve de mesa en el comedor, humeante. Y abre la puerta para acceder al pequeño balcón que da a la Diagonal. Justo delante, en un banco de la avenida, un chico y una chica jóvenes se dan el lote sin ningún tipo de decoro. Ella lleva un mono tejano de color azul, el pantalón deja al descubierto parte de las nalgas que están en contacto con el pantalón de deporte de él. Los labios no se han separado en los dos minutos que lleva observándoles. Empieza a pensar si serán expertos en apnea o algo parecido. ¿Puede que solo sea deseo lo que les hace no poder soltarse el uno al otro? Deseo es lo que pensaba que tenía ella por la desconocida que vive y duerme y come bajo su techo. Juraría que era deseo. Deseo era aquella noche cuando se susurarraron cosas al oído y empezaron a mirarse de forma menos sencilla de lo que es habitual. Añadiendo preguntas a la mirada. Y haciendo que los dedos de las manos atrajesen el nuevo cuerpo que les ofrecía la vida. Deseo fue abrir mucho la boca para esperar que el objeto de deseo quisiese entrar en ella de alguna forma. Y, sin cerrar los ojos, ver cómo empezaban a unirse las lenguas en un baile del que nadie tiene la certeza del fin. No es una canción. No es tiempo. No es nada. Es el tiempo que tú decidas quedarte en mi. Sin preguntas. Cualquier pregunta en ese momento es categóricamente rechazada. Cualquier pregunta es molesta y torpe. Como las manos en piel ajena. Aquella mujer, sin duda, había despertado su deseo, en algún momento. Y al revés. Recordaba vagamente las noches contra la pared de las discotecas de ambiente de moda en Barcelona. Las manos de las dos atropellándose de arriba a abajo del ser. El pelo emmarañado y la respiración entrecortada. Y recordaba ese espacio de las NoPalabras. El espacio donde todas las palabras sobran y el cerebro solo descansa de ser tan humano. De razonar. De pensar. De ser. Ese espacio asalvajado era su espacio. El espacio de ella y el de los jóvenes del banco. Ese espacio es el amor. Donde todo el mundo devora o es devorado sin piedad. Sin negociación. Ese es el trust más grande del amor. Tu mano en la mía. Tus labios en mis labios. Tus dientes contra mis dientes. Y yú y yo decidimos confiarnos. Confiar en que el amor hará que no nos hagamos daño. Que no podamos mordernos. Ni hacernos sangre. Confiar en que abrazarme y tirarme contra la pared son casi el mismo movimiento. Es amor. Y las pupilas crecen. Y los ojos se vuelven profundos. Me atas las manos con palabras y me gusta. Las adecuadas. No las palabras superfluas que se darán más tarde cuando tú no me entiendas nada y yo te entienda bastante poco. Y seamos, en vez dos animales que se desean, se persiguen y se cazan; dos loros mirándose de frente. Contorsionando el cuello para poder ver un poco de lo que saben que nunca podrán ver del todo. Yo ahora solo te miro con un ojo. El otro ojo desconfía. El otro ojo pertenece ya a otro lugar del que ni yo sé aún el nombre. Recupera la visión poco a poco y eso duele. Duele como quemarse pero al revés, haciendo el camino contrario. Recuperar(me) es como perder(me). Dejo a los niños del banco (cada vez son más pequeños en mi) y vuelvo a la taza de Yogi Tea. Ya no humea. Está fría. Voy a bebérmela, claro que sí. Porque no está bueno pero es lo que tengo que hacer para dormir mejor. Y esto me desconectará, de lo que no debo pensar. Hago un ruego. A Dios, supongo. Pero no creo en Dios. Hago un ruego, ¿a mi misma entonces? ¿Al Universo que no sé ni qué es ni dónde está exactamente? Soy un Pequeño Nada entre este Pequeño Todo. Hago un ruego: "Desconéctame". Para que pueda vivir y olvidarme de esta intuición de mierda que me amarga la vida. "Desconéctame". Para no sentirme más miserable. Para no sentir que me quieren tan poco como nunca me había imaginado. Y "Desconéctame" para que yo no quiera sentir tanto. Para que olvide, por fin, que un día fui suya pero que ya no quiero. Que no quiero. Que no. Poco a poco bebo. Y poco a poco se me cierran los ojos. El gato se acerca suavememente y me roza las piernas. Pronto, me descubro estirada en el sofá de polipiel color crema del comedor sin tapar siquiera. Con la taza en el suelo de parqué y el té desparramado. Ella duerme, en la habitación de al lado de paredes de papel y con la puerta abierta. Ella duerme, yo también duermo. Pero no dormimos. "Desconéctame porque si no los ríos ya no existirán en mi y todo se volverá oscuro". Y "Desconéctame" para que aguante que nadie va a venir a buscarme más que el gato, que duerme plácido a mi lado, y yo misma". Cierra los ojos de nuevo. Abraza al felino con más fuerza de la que es habitual. Cierra los ojos y descansa. Pronto será de día y ya has hecho un ruego. Level 0 superado.

sábado, 18 de junio de 2016

Capítulo 14: Nudos marineros · Chapter 14: Sailor knots

Intentamos contar con las palabras. Nuestra historia es una historia de palabras. Es a partir de que le oigo hablar que mis sentidos se disparan. Si tuviera orejas de zorra estarían muy rectas, atentas, casi temblando de los sonidos que registran. El sonido de tu voz despierta mis sentidos. Activa una parte de mi cerebro que creía olvidada. Vuelvo a la historia. Siempre me voy de la historia para hablar de nuestra historia. Vuelvo. Donde lo dejé. Justo en donde Pablo le decía a Mía que siempre tenía que poner a prueba el deseo. Buscarle. Encontrarle. Quedar. Ir a un bar. Que sus cuerpos volviesen a encontrarse... era poner a prueba el deseo. Mía estaba acostumbrada a muchas cosas. Pero había echado tanto de menos la voz de Pablo que cuando volvió a escucharla fue como una voz que venía de uno de sus sueños. De los que hacía tiempo que esa voz salía. Acariciándola. Sus sueños de los últimos meses siempre fueron los mismos. Ella permanecía desnuda, estirada en la cama. Unas manos, que reconocía de hombre por lo grandes, por lo enormes, le abrían las piernas. Sin prisa pero sin pausa. Sentía una respiración entrecortada. Más entrecortada cuanto más abría sus piernas. Mía hacía un poco de fuerza. Por cerrarlas. El desconocido la incomodaba. Su mirada era penetrante, parecía querer follarla con los ojos. Pero cuando ponía un poco de presión esas manos la paraban. Eran un stop gigan - Shhhhhh...- era un sonido conocido. Es increíble lo que las onomatopeyas pueden llegar a decirle a nuestro cerebro, a nuestro cuerpo. Son tremendamente prácticas, el gran avance comunicativo. Si no te funciona con palabras, prueba con onomatopeyas. Te sorprenderás. Ese sonido siempre había tenido en Mía un efecto sedante. Sus miembros se aflojaban sin ella poder evitarlo. La voz parecía conocer esa información. - Shhhhh...- Guau. Sus miembros no solo aflojaban, sino que se movían dejando el paso mucho más fácil, quitando trabajo al desconocido. Y ella no se había dado cuenta, pero respiraba dificultosamente. Casi no podía respirar. Tantas eran las ansias, tantas eran las ganas que su cuerpo tenía de conocer la identidad del desconocido. Se levantaba mojada. Como si acabase de tener un orgasmo. Aún podía sentir las contracciones. Y juraría poder haber adivinado la identidad del hombre del sueño. Era Pablo. Pero nunca se mostró. Ni dio señales de vida en su inconsciente. Fue a partir de ahí. De esos sueños repetitivos. Una y otra noche. [...] Sobre todo las noches de más frío en las que Lidia permanecía alejada, en el borde la cama, con tres capas de pijama puesto... Y se abría un abismo entre ellas. Era un abismo profundo. Ya no se podía saltar sin matarse. Ninguna de las dos quería la muerte, así que no hacían el movimiento de saltar.. por si acaso se caían. Mía sabía que si seguía así un día u otro alguien moriría. Una sabe cuándo muere en alguien. Es la sensación del abismo, pero en otro. Es ver que ya no queda nada por lo que saltar. Que todo son miedos y otras historias. Que los sentidos se cierran categóricamente a la información del otro. Molesta. Es un ruido molesto en la cotidianidad sombría. Las cosas se acaban. Pero otras cosas están ya asomando la patita. Son lobitos con piel de cordero. Que intentan colarse en nuestras dulces y cotidianas rutinas para destrozarlo todo, engullir, desmoronar, babear. Comer. Comernos. Sí. Cazarnos. Sí. porque ¿si hemos decidido ser presas de algo por qué no sentir de verdad ser presas? Y así se acaba la hipocresía en nosotros, definitivamente. Y así obtenemos la radiografía. De nosotros. No la fotografía, que es lo real. Lo cotidiano. Lo que las personas que nos conocen quieren revisar en nuestro Facebook. La radiografía. Lo que queda al descubierto si decidimos dejarnos ver.

Capítulo 13: El momento del sexo · Chapter 13: Sexual time

Mía permanece. A pesar de que ya lleva muchos golpes. A pesar de que todo el amor que la rodea quiere que caiga. Permanece. Se ha hecho más fuerte, estos días. Ha labrado la tierra, ya diremos más adelante dónde, ha hablado lo suficiente y ha leído y escrito algunas cosas. Ha recuperado música de la adolescencia. Ha dormido abrazada a un peluche grande. Ha hablado con sus padres y hermanos. ha recibido muchos besos, mucha comida, mucho cuidado. No de la dama. De los que al final la han querido. Esas semanas, el laberinto se ha hecho más grande. Y la factura de teléfono intentando negociar el drama de la ruptura han engordado. El bosque se hizo espeso, cuando fue a parar allí. Fue un bosque oscuro. era casi la muerte. La muerte esperando a que ella subiese en la barca, pagase la penitencia, cruzar el río. Al cruzar el río, poner un pie desnudo en la tierra mojada. Luego el otro. Más tarde respirar. Nunca mirar atrás. Es lo único que no se puede hacer cuando se elige la muerte. - ¿Pero elegir la muerte, por qué?- las palabra del Sr. psicólogo la han despertado. Ha tenido que volver a la ciudad para asistir a la consulta y su mente aún está un poco más allí que aquí. Lo escucha como algo lejano. - Elegir la espesura. El bosque oscuro. No exactamente la muerte. Pero todo el mundo sabe que las personas elegimos por donde andar porque elegimos un final para nosotros. - Puede que hayas vuelto demasiado introvertida. ¿Puedes explicarte? - No me apetece explicarme. Pero lo haré si me lo pide. No sé si lo haré muy bien. Probemos. Elijo el camino al que me llevo. No puedo elegir otro distinto. Lo elijo porque me conviene. Porque determinada fauna es la que busco. Porque determinado ruido es mi ruido. Todo eso me conviene. No buscamos lo que no nos conviene. Aunque lo que escojamos sea feo, asqueroso. Aunque sepamos que nos llenamos de suciedad, que está lleno de insectos que se pegan a la piel. - No podemos seguir hablando así, you know? - No, no lo entiendo. Su cara empieza a enrojecer. Está realmente enfadada.¿Su incapacidad es suya o es del idiota de su interlocutor? Joder. Empieza a pensar muy deprisa. Dibuja una espiral de ideas. Las palabras se vuelven juegos de palabras. Las frases no tienen principio y fin e, intercaladas, hay palabras que no entiende cercanas al castellano medieval de Poema de Mío Cid.

Capítulo 12 : La carrera · Chapter 12: The race

Un día seré más rápida que tú. A pesar del cansancio de los años. A pesar de que en la carrera que hice para cazarte me cansé demasiado. A pesar de que estoy agotada. Corro a tu ritmo. Y tú corres al mío. Es una carrera equitativa. De repente. Nos miramos. Uno al lado del otro. Los dos feroces. Podríamos abrir mucho la boca y enseñar los dientes. Podríamos saltar uno encima del otro, hacernos una bola. Tú tan grande como eres, y yo tan pequeña. Pero tan salvajes. Podríamos retarnos. Y gruñirnos. Y explotar. Pero eso ya ha pasado. Ha pasado que te adelanté, que me adelantaste. Que fuimos depredadores. Que fuimos presas. Ha pasado el no tener aliento para cazarte lo suficiente, y dejarte ir. Y ver cómo te escapas de mis fauces. Ver como te alejas, en la distancia. Verte el trasero y despedirme. Ha pasado también que me escapé. Que tú me tuviste que observar a los lejos y rendirte. Y tuviste que volver a la vida con uno de mis mechones entre los dientes. He corrido lo más rápido que he podido en esta historia. En todas las direcciones posibles. He variado de escenario. A veces he corrido por bosques espesos llenos de plantas de nombres impronunciables. A veces he corrido por el infinito y monocromo desierto. A veces por lugares pequeños, que acababan en un vidrio que no podía romper. Y contra el que aplastaba el morro queriendo traspasarlo. Pero he seguido corriendo. Y he seguido persiguiéndote. Y llegó un momento que no sabía por qué te perseguía. Si porque al final de la historia querría matarte o lamerte. Imaginaba que si te mataba sería con todas mis fuerzas. Y que si te lamía sería con todas mis fuerzas. Imaginaba que podían pasar las dos cosas. Que en mi mente era una asesina. Una asesina que no dejaba de querer perseguirte. La relación entre un cazador y su presa es una de las relaciones que más me obsesionaron. Cacé, lo suficiente. Pero en mi mente, la presa ideal estaba lejos. Y, a veces, se transformaba en una bestia que sabía que podía matarme. El cazador cazado. La cazadora cazada. Game over. Pero no. Ahora, me encuentro a tu altura. Con todo el camino por delante. Te observo. Voy dejando que me adelantes con tu pelo de lobo mientras intentó dar dos saltos más con mis patas de zorra. Somos casi de la misma especie. Puedo sentirlo. Los dos corremos muy rápido, y con todas nuestras fuerzas. Los dos encontramos difícil dejar de correr tras algo. Quizás, en ocasiones, ocurrió adormecerse. Hibernar. Comer mucho para descansar más tarde. Recuperar fuerzas. Ser otro al despertar. Con la misma apariencia pero con el cuerpo recompuesto del todo. Level 1. Te miro fijamente. No deseo hacer más que eso. Por ahora la carrera es continua. Y en cualquier momento cualquiera de los dos puede decidir saltar. Arrancarnos el cuello. Puedes matarme. Saltar en mi yugular. Clavarme los colmillos hasta el fondo. Sentir mi muerte en tu morro de cánido. Será una muerte cálida que recompensará el esfuerzo de la caza. Pero no será suficiente. Y lo sabemos. Lo sabes. Lo sé. No paramos de cazarnos. Es agotador. No paro de querer cazarte. Nos desacompasamos. A veces yo estoy demasiado cansada. A veces tú estás demasiado cansado. A veces dejamos de mirarnos. Hacemos otras cosas. Tenemos otras vidas. Amamos diferente. Pero si vuelvo a mirarte no podré más que perseguirte. Seguirte. Adelantarme para que me sigas. Disimular. Hacer que no te veo. Y volver a la carga. Volvamos a la carga. Que no he dejado de perseguir tu rastro. Era demasiado intenso y estaba en casi todas las cosas. El gran grito no pudo con él. No podemos huir de lo que nos conforma. No podemos huir de nuestra especie. Ni de los que son como nosotros. Los que son como nosotros a veces son enemigos, amigos, amantes, familiares. No podemos huir de eso. Eres como yo. De mi clan. Me miro en tus ojos y sé que siempre podremos correr más rápido aunque estemos cansados. Confío en tu fuerza y sé que mi fuerza es más fuerte contigo. Sale de algún lugar. Y sé que solo con verme correr podrías tirar de un carro, si fuese necesario, porque sería por algo que va más allá de las cosas que he ido aprendiendo sin ti. Sería más que solo vivir. Contigo, siempre, es supervivir.

Capítulo 11: Peligroso · Chapter 11: Dangerous

Todo entraña peligro. El bosque. La mirada. La ola que choca en la orilla para desaparecer. Todo entraña peligro. El paso que das para estar más cerca de algo que no sabes lo que es. Pero es algo más que lo que tienes. Algo más grande que donde te encuentras. Al salir del bar todo entrañaba peligro. Besar de nuevo. Acariciar de nuevo. Dejar que los besos y las caricias mimasen el pensamiento. Y pensar de nuevo. Cada paso que daba con aquellos tacones meticulosamente estudiados para la ocasión. Cada paso que daba con aquel vestido meticulosamente escogido para el encuentro. Cada vez que se tocaba el pelo, lo peinaba, lo despeinaba, lo enredaba como diciendo "esto es lo que soy capaz de hacer"... era peligroso. En aquel momento, el momento de la vida patas arriba porque tiene que estar patas arriba. Porque cualquier animal que se cae del nido queda magullado y patas arriba. Porque es una gata pero se ha hecho daño. Existe el dolor. No siempre se cae desde una distancia conocida. A veces las distancias son muy largas para lo que un cuerpo aguanta. Y la caída muy torpe. Y el movimiento poco conocido. El cuerpo se aplasta contra la superficie, y se rompe alguna cosa. No hablamos de huesos. Ni de heridas que puedan verse. Hablamos del dolor que no hace sangre. Que no hace herida que se ve. Que nadie puede curar con yodo, con agua oxigenada, con alcohol. Con una tirita. Del dolor que el médico no ve. La rotura que no tiene por remedio la escayola, ni se ve en la radiografía. - No tiene usted nada roto, señorita. la radiografía está bien. - - Pues no puedo mover casi nada. ¿Cómo se explica? No esperes. No tengo la respuesta a esa pregunta.

Capítulo 10: La necesidad de la tristeza · Chapter 10: Sad is necesary

Vuelta a la manta blanca después de la historia. La historia solo es a ratos. La historia de Pablo y ella. Es una historia bonita y llena de etapas que se van descubriendo lentamente. Una historia que ha resistido el tiempo en la mirada, en los labios. Cuando le besó, fue como si no hubiese pasado el tiempo pero hubiesen pasado tantas cosas. Era un beso suave, como tantas veces había buscado en las bocas ajenas. Sus historias habían tenido un sentido. Su vida había tenido un sentido. Había amado. Pero aquella conexión era irremediable. Y para ella tenía un valor más allá de muchas cosas. Ahora. Otra vez debajo de la manta. No sabía dónde meterse. De nuevo allí. Ahora que había salido. Se volvia a encontrar chocando continuamente con el sueño de ser otra. La que hubiese querido ser desde niña cuando todavía quedan sueños. Cuando aún no sabes lo que eres. ¿Quién eres? Ahora nadie. Vas metiendo la vida en las cajas. Y te das cuenta de que esa vida que estás empaquetando ni siquiera es la tuya. Que esa vida es la vida de otra persona. Que esa persona no quiere nada de esa vida. Solo la quieres tú. Por eso la estás empaquetando. Pero fuera de esas cajas. NI estás empaquetando tus cosas ni sabes quién eres. De vez en cuando sí encuentras algo que es tuyo entre todas esas cosas. Pero lo poco que encuentras no te sirve. Aún no es tuyo del todo. La dedicación al ser amado te ha llevado a la no dedicación a ti misma. Te dicen tantas cosas. Y piensas tantas cosas. Y todas son la cosa correcta. Buscas ayudas. No puedes gritar. No puedes llorar tanto como quisieras. No puedes amar. Ni desear. NI desear lo suficiente. Eso es lo malo. No puedes desear lo suficiente. Y seguramente no puedas ser normal lo suficiente. No puedas llegar a ser tú lo suficiente. Mirabas a la gente y pensabas: les echo de menos. Les echo tanto de menos. Escuchabas conversaciones ajenas. Echabas de menos a los amigos. Las noches en grupo. Reír sin parar. Pasarlo bien. C

Capítulo 9: Día lluvioso · Chapter 9: Rainy day

Los días de lluvia transforman a las personas. El tiempo nos transforma. Los días de lluvia las personas salen a la calle pensando. Con los hombros un poco más pegados a las orejas. Con un par de piezas de ropa más cubriendo el cuerpo. Con el pelo recogido, para que no se erice. Una coleta. Un moño. Quizás un paraguas o un chubasquero para evitar mojarnos. Y ese decidir evitar es lo que nos marca. Estar protegidos de algo que pasa. Lo que normalmente buscamos, una y otra vez. Los días de lluvia nos recuerdan que somos frágiles. Que a pesar de que nos creemos fuertes como los antiguos dinosaurios somos pequeños. Y solo haría falta un poco más de agua para ahogarnos.

Capítulo 8: Me disfrazo de ti, te disfrazas de mi... y jugamos a ser humanos en esta habitación gris… · Chapter 8: I dress you, you dress up me and we play humans in a grey room...

Frente a ella, aún en la puerta, aún le retumba la última frase que ha dicho en la escalera: -Te acompaño en lo que quieras. - Sí pasa, pasa, claro. Aún te tengo en la escalera. pasa. - Se gira con destreza. En el fondo se gira para que le mire el culo. Se ha vestido expresamente para eso, para que se lo mire, como antaño. Recuerda las veces en las que sentía su mirada clavándose en su trasero en las cenas, en las comidas familiares, en los bares, en casa al acabar de hacer el amor, sin ropa alguna. Ese era el mejor momento, la mejor de las miradas. Las mejores miradas de los otros, las que nos marcan por dentro, siempre son a las espaldas. Son las que sentimos sin mirar. Son las que nos atraviesan, de algún modo, desde la espalda hasta la parte delantera del estómago. La mirada se queda dentro, sin poder salir,moviéndose por todos los rincones, chocando con las paredes estomacales. Ya no escapa de ahí dentro, o es capaz de salir. Ahora, que sentía como la miraba a sus espaldas, era como si un animalillo asustado rascase con sus uñas la piel por dentro. Se metió en la cocina y abrió la nevera. Aquellos días que había estado sola no había comprado mucho alcohol. -¿Cerveza?- silencio. Al minuto, le oyó desde el balcón. Había salido fuera a mirar aquella calle tranquila y poco transitada del Eixample barcelonés. - Sí. Ya te he dicho que beberé lo que bebas. - su semblante era serio. Como si con la mirada quisiese reprocharle todos los años de silencio en los que no habían sabido nada el uno del otro. En los que el desconocimiento de sus vidas era lo normal, lo aparentemente deseable. Mía lo entendió. Entendió la mirada dura y el gesto frío. - ¿Cómo estás?- preguntó, simulando una sonrisa menos intensa de lo que le gustaría. El semblante de él cambia. Echa su espalda hacia atrás y emite un suspiro. Profundo y corto. Parece haber expulsado algo pesado que ahora queda en el aire y que casi puedo ver. Que casi puedo tocar. - ¿Cómo estás?- preguntó, simulando una sonrisa menos insegura de lo que le gustaría. Era como caminar en la cuerda floja. Cada palabra podía ocasionar una caída. Cada caída podía romper algún hueso. Cada rotura era una escayola, una inmovilización. Y así, sucesivamente. Por eso, cada palabra era pensada y repensada con la máxima cautela. Con la cautela del funambulista que tiene conciencia del peligro, pero que sigue subiendo a esa cuerda fina donde ni por asomo le cabe la planta del pie, porque sabe que no hay opción. Que la opción es la cuerda. La opción es el pie sobre la cuerda. La opción es avanzar. Aunque el medio por el que se camine no sea de nuestro agrado, a veces. Estamos hechos para vivir. Los medios importan poco. Es solo coger aire. Es solo apoyar los pies. Decidir que no hay otro modo de vivir. Si no es arriesgándolo todo por dar un paso. Ahora el semblante de Pablo había cambiado un poco. Se había echado hacia atrás, y había suspirado... como si la respuesta fuese tan larga que no valiese la pena pronunciar una palabra. Parecía querer decir... "A buenas horas..." Aún así, Mía esperó, paciente. Con la mirada del cordero que espera ser degollado y que no escapa, pues tiene la esperanza de la misericordia del asesino al mirar sus ojos. - Pues... cómo estoy... Bien, supongo. Ahora bien. Pero he pasado años muy malos Mía. Muy malos. Durante unos años, después de que dejáramos de vernos, estuve trabajando para una multinacional muy importante. No viene al caso decir el nombre. Trabajaba diseñando coches. Fueron unos años increíbles, seis años. En los que lo tuve todo. En los que viví en un piso con jacuzzi. Estaba con una mujer superficial. Vivía en un mundo superficial. Y en parte trabajaba en lo que me gustaba. - su mirada se dirigía al infinito, ni una vez fijó la mirada en mi. Tanto era el rencor que tenía hacía mi en aquel momento, recordando esos años en los que no tuvimos ningún tipo de contacto. En los que su móvil estaba borrado de mi agenda y el mío estaba borrado de la suya. No podíamos saber qué era de nosotros, ni aunque yo lo pensara más veces de las hubiese querido. Aunque él hiciese lo mismo. Aunque le hubiese gustado que él hiciese lo mismo. Pensar en ella de vez en cuando. Acordarse de algunos momentos que le habían dejado marca en la memoria. - ¿Y ahora? ¿Ahora cómo estás?- un paso hacia delante. Mirada de Pablo al infinito de nuevo. Se toca el pelo, se mete luego la mano en el bolsillo. Desde la ventana puede ver como la vecina de en frente camina por el comedor. Coge el botellín de cerveza y bebe un poco. - Ahora bien. Al menos tengo trabajo. Es un trabajo de mierda pero supongo que no puedo pedir más de momento. Es lo que encontré después de que la empresa de mis sueños cerrara y nos echaran a todos a la calle. Me costó aceptarlo, pero bajé el listón de mis exigencias. Y ahora puedo vivir con un sueldo mucho menor al de antes, pero cómodo. No me puedo quejar, de verdad. En realidad estoy agradecido por haber encontrado este trabajo. Hubo un momento en el que me vi directamente viviendo bajo un puente. Con lo raro que es llegar a esa imagen de uno mismo. Pero me vi, Sin nada. Ahora otra vez la estabilidad. Aunque sea una estabilidad medio deseada, me da paz. - Me alegro de que estés bien, ahora. No me alegro de que lo hayas pasado mal, supongo que el cambio no fue agradable al principio... - no sabía por qué estaba diciendo tonterías. Claro que nadie se alegra de que algo vaya mal en la vida de otra persona. Los nervios... no sabía qué decir. Ponerse en contacto con él después de tanto tiempo era casi absurdo, incomprensible. Mía sabía que tenía novia. Lo había visto a través de Facebook una de las veces que intentó ponerse en contacto con él. Pero prefirió no entrar en ese tema. Ni siquiera habían sobrepasado el poder hablar de los años que no se habían visto. Preguntar por la vida sentimental de cada uno era superfluo. Primero, tenían que comunicarse, con éxito. Sin demasiado daño. Sin demasiadas caídas ni reproches. Después lo demás. De todos modos, Mía no sabía a dónde podía llevar la tarde. Ni el por qué de estar allí. Sentada. En su casa. Con Pablo. Pero no habría dado marcha atrás, a pesar de. La tarde avanzó. Hubo suspiros. Y miradas de reproche. Hubo alguna que otra confesión. Y el decir de salir a tomar algo al local donde habían pasado la mayoría de los mejores ratos adolescentes. Iban paseando despacio. Como la conversación y como el reconocimiento mutuo. Y Mía volvió del baño. Pablo seguía sentado en el taburete de la barra viéndola avanzar. viendo como sus caderas se movían al compás del contacto de sus tacones con la madera del suelo del local. Tat. Tat. Tat. Tat. Y cuando iba a alcanzar su taburete la cogió del antebrazo. Ella se giró. Sus ojos se volvieron profundos. Mutaron en ojos antiguos. Llenos de historias que nunca podrían contarse con sinceridad, pero que guardaban el recuerdo de aquella historia entre los dos. Aquella historia no estaba sepultada en la memoria. Ardía, todavía. Pablo apoyó el cuerpo de Mía de espaldas contra el suyo. Su mano había entrado ya debajo de su falda y sentía su aliento en el oído. - Sé que tienes novia, Pablo - la mano de él deja de moverse. - ¿Por qué has tenido que decir eso? ¿No era bonito lo que estaba pasando? ¿Por qué siempre haces eso? - ¿Hacer el qué? - Desear algo y de repente ponerlo a prueba. Para ver lo que pasa. - No estoy haciendo eso. Solo quería que supieses que lo sé. ya está. - Pues ya sé que lo sabes. ¿Podemos seguir donde lo habíamos dejado? Sí. Era el descaro lo que echaba de menos, todos aquellos años. Aquel descaro que hacía que sus instintos más primarios despertaran. Aquel descaro que la hacía poder ser sin sentir culpabilidad. El olor era el mismo. Y no hay nada más fuerte para unirnos a alguien que el olor. Sabía que si volvía a olerle y lo reconocía, sería como si los años no hubiesen pasado en absoluto. y volvería al momento en el que lo hicieron por primera vez en la mesa del comedor de casa de sus padres. Era Navidad, y la mesa estaba decorada con un centro de mesa enorme, con plantas y una vela en medio. El pelo de Mía se llenó de purpurina. Era la primera vez que lo hacía de esa manera con alguien. En una mesa. De aquella forma salvaje en la que sin embargo cabía algo de ternura.

Capítulo 7: Huellas · Chapter 7: Footprints

Tu huella es desde el inicio. Desde hace mucho tiempo que está en mi. Una especie de tatuaje que muchas veces he pensado en devolverte de la peor de las formas. Tirándome encima de ti, acechándote en la calle a la salida del trabajo. Me gustaría no tener que esperar apoyada en una farola recién pintada y no tener que acercarme como los humanos, poco a poco y siempre con las palabras de por medio. Quiero verte, y sentir el instinto de caza. Sentir que tengo una presa que se mueve. Por eso tu olor era y es algo importante. Por eso mi olor era y es algo importante. Por eso no podemos ponernos perfume en absoluto. Por eso cada vez que lo haces pierdo el rastro. Y cada vez que lo hago pierdes el rastro. Pero, sin temor, volvamos al momento de la farola recién pintada. A la mirada fija en una puerta que es la puerta de tu trabajo. A la hora en la que sales y vuelves a casa, al hogar, aquel lugar en el que yo no quepo, en el que tú cabes contorsionándote. Volvamos. Por la mañana has trazado un plan. Un plan de caza. Muchas personas no lo tienen, pero tú sí. No eres fría, pero analizas las cosas y haces planes que parecen mapas. Mapas que sigues fielmente una vez trazados y que te llevan a la presa, que luego cogerás del cuello sin pedirle permiso -los depredadores no piden permiso- y haciendo caso omiso a los grititos de auxilio... a los gemidos que nacen de lo más hondo, es dolor, y es amor, es supervivencia y comprensión del fin en la boca de otro, en el ser de otro, es comprender la esencia de tu cuerpo que alimenta otro cuerpo. Ha nacido para ti, y así lo harás saber. Volvamos, a la farola recién pintada. A mis ojos. ¿Tengo miedo de ser así de salvaje? ¿Tengo miedo de que después de aceptar que te puedo comer me pueda comer a otras personas? ¿Me pueda comer ideas? ¿Me pueda comer valores? Y mirar a la gente, mirar a la sociedad. Y querer comérmelo todo. Y probablemente lograrlo. ¿Tengo miedo de lograr algo por mi misma? ¿Tengo miedo de ser todo lo fuerte que imaginé? ¿Tengo miedo de alcanzar una profundidad sin vuelta en los ojos de las personas que luego siempre quedará grabada en mis ojos? ¿Tengo miedo de que tu marca, la que yo te infrinjo, sea después una marca en mi? ¿Que mis movimientos recaigan?¿Tengo miedo de mi, al fin y al cabo? Acepta que tienes miedo de ti. Que si te conocieses te darías mucho miedo. Que serías para siempre el gato negro de Poe paseando por tu cuerpo. Ese animal que lleva dentro todos los miedos, todas las preguntas, todas las respuestas. La muerte, al final. Me quiero acercar tanto a la verdad que de repente me da pavor encontrarme con los ojos de la muerte de frente. Sé que esos ojos están en cada persona con la que me cruzo. En cada momento intenso. Porque todos los momentos intensos mueren lentamente. Son como las estaciones. Variables. Y los humanos no entendemos de ciclos naturales. Alejados de lo salvaje como estamos, lo único que podemos hacer es hilvanar teorías para entender la grandeza que nos conforma. Para entender la promesa de lo que somos. Una promesa. La que cada día te haces y me hago y nos hacen y se hace. Una promesa. Una promesa que puede cambiarte la vida. Pero puede no hacerlo, también. Aceptar lo bi es la clave. Aceptar los dos caminos. Aceptar que soy esto, pero también aquello. Y que una cosa no quita la otra. Aceptar que tu huella está. Que quema. Que me duele. Que me da placer que me queme, que me duela. Que soy un pequeño ser que sufre, y que da placer, y al que le dan placer. Con una huella en el vientre que hiciste tú, que dejas marcas allá donde vas. - Tengo ganas de marcarte. Tengo ganas de morderte. De arañarte. De hacerte daño. De mirar las marcas. De sentirme culpable por haberte hecho mis marcas. Quiero ver mi huella en ti. Que mis ojos guarden esa imagen, la gran garra en tu espalda, los tres arañazos de arriba a abajo de tu cuerpo- te digo, entre envalentonada por el deseo y avergonzada por las tonterías que soy capaz de decir. Me miras fijamente, ausente. Yo estoy desnuda y tú vestido. Me coges como si quisieses acunarme y dormirme. Tus manos recorren mi cuerpo, de arriba a abajo, lentamente, como si acariciases a tu gata mientras ves la tele estirado en el sofá ya entrada la noche, sintiendo el cansancio del día de trabajo en los párpados. Miras mi pubis, acaricias mi vientre. Me das un beso, en la cadera, y muerdes un poco. Casi es imperceptible. Y susurras: - La huella es mental - abro los ojos. Tengo tantas ansias que dejo la profundidad que tanto me gusta a un lado para poder clavar colmillos y ver brotar la sangre de un cuerpo. Luego, orgullosa, me voy a dormir con la satisfacción de la caza. Con el morro de zorra arrastro el conejo por el cuello hasta la madriguera. Y lo dejo en el suelo aún entre mis dientes, para que acabe de morir mientras siento sus últimos latidos en mi lengua. Ese es el momento humano que no había entendido y que tú, con cuatro palabras, me has traducido, para poder vivir. Como una persona. Como una persona mínimamente cuerda. ¿La huella es, entonces, mental en este lado? Y entonces todo encaja. No tengo madriguera. Ni pelo en el cuerpo. Voy corriendo hacia el espejo, así, como me has dejado, como te he despedido, desnuda. Me miro. La miro. Frente a mi hay una mujer. Me acerco. Levanto con la mano derecha mi labio superior. No tengo los grandes colmillos de la zorra. Los que sirven para arrancar la carne de la presa. No tengo sus orejas negras y triangulares para escuchar a los indefensos conejos comer hierba. No tengo la potencia de sus ojos color ámbar que son capaces de ver a kilómetros. Ni el morro alargado. No tengo la cola, espesa, peluda, hermosa. Ni las patas finas para correr a la velocidad del viento, para dar saltos increíbles. ¡Dios mío! ¡No tengo bigotes! Y te has ido. He cerrado la puerta y te has ido. No tengo presa en las fauces. Ni sabor en la garganta de sangre fresca que voy tragando poco a poco. Te has ido. No pasaría nada. Si no hubiese decidido ponerme de frente a este espejo enorme. Y si no hubiese descubierto esto. No tengo madriguera. No soy un animal. Soy una hembra humana. Soy una mujer. Sin pelo en el cuerpo. Delicada. Sin garras. Sin colmillos. Sin cola y sin morro. Ando de pie, mi peso lo aguantan mis dos piernas. Estoy erguida. Mi columna está recta en vertical. No ando a cuatro patas. No tengo la columna horizontal. He evolucionado. De algún modo y en algún momento he evolucionado. Me hace tanto daño. Porque el instinto, el del centro, es salvaje. Es indestructible. Es intrínseco a mi. Pero la realidad es la del espejo, parece. Parece que es lo que los demás ven. Y por eso me juzgan. Porque estoy intentando hacer un millón de huellas en pieles cuando nosotros, los humanos -ahora tengo que empezar a pensar en estos términos plurales e incluyéndome: nosotros- no hacemos esas cosas, que son de bestias. Nosotros hablamos mucho. Utilizamos poco la fuerza física. Encandilamos y decimos verdades y mentiras según la ocasión lo merezca. Verdades y mentiras. Pim-pam. Cerramos y abrimos los ojos. Miramos profundamente y hablamos de sentir, más allá de la piel. Cuando todo empezaba en la piel. Cuando nos dirigimos al deseo por la piel. Y por algo muy bajo que no sabemos identificar. Pero vale. La huella es mental. Y yo soy una mujer. He ahí la cuestión.

Capítulo 6: Las aventuras hacen desaparecer la soledad · Chapter 6: Adventures loneliness make disappear

Toc. Toc. Toc. Toc. Toc. Toc. Picaban a la puerta con los nudillos. Era un sonido que le era familiar, aunque llevaba tantos años sin escucharlo que sintió como si las vibraciones hubiesen estado congeladas en su interior hasta ese momento. Ahora, en el cuarto Toc, sentía como si en ella se hubiese iniciado una especie de movimiento... poco a poco, poco a poco, todo se iba (re)moviendo. Esa energía había despertado otra energía... y sucesivamente se vio envuelta en una especie de ensoñación en la que todo en ella eran muros que se destruían al paso de ese sonido. Toc. Toc. Toc. ¿Hay alguien en casa? ¿Estás ahí?- Una voz masculina y profunda había empezado a impacientarse en el umbral de su puerta. También era reconocible, antigua. Puede que la hubiese olvidado durante algún tiempo, puede que la hubiese enterrado entre susurros de otras voces. Y ahora, de repente, otra vez el vello del brazo empezando a levantarse como la fideuá de su madre al contacto con el calor del horno. Se levantó y abrió la puerta. Reconoció enseguida el rostro que tenía delante. Era Pablo. Su cara siempre le había recordado a un personaje de libro que leyó de joven, uno de esos personajes de novelas de amor que tanto le gustaban de adolescente. La primera vez que lo vio pensó que era el chico más guapo que había visto nunca. Ya no pudo articular palabra en todo lo que duró la tarde en el Tibidabo. Solo podía escucharle hablar y escucharle reír. Y escuchar cómo le tomaba el pelo a las otras chicas, a las chicas guapas del grupo. Desgraciadamente, ella no estaba entre ellas. Así que Pablo no se dirigió a ella para nada en toda la tarde, más que una vez en la que la boquilla del cigarro se le cayó de los dedos y fue a parar justo a los pies de ella. La miró, y esbozó una sonrisa amable. Más amable de lo que ella hubiese imaginado jamás de un chico así, de ojos profundos y dientes perfectos. A partir de ahí, de ese cruce de miradas entre adolescentes extrañamente opuestos, se abrió una especie de agujero, como los que a veces se hacen en la vida, en donde ella y él podían vivir en una especie de agujero negro y en el que sus vidas eran perfectamente compatibles. Pero cuando Mía abría los ojos la realidad era distinta. Pablo seguía tomándole el pelo a Marta, de la que todo el mundo decía que tenía una mirada que podía enamorar a cualquiera, hoyuelos deliciosos, olía a fruta fresca. Y Pablo a madera recién cortada. Eran la pareja perfecta. Marta y Pablo se enrollaban sin decoro en todas las esquinas. Eran jóvenes. Mía también lo era. Y su fuego iba creciendo cada vez que veía aquellas lenguas jóvenes y frescas que se mostraban sin vergüenza al mundo. Que babeaban de exceso de hormonas. Mía lamía sus labios como si aquellos besos fuesen para ella. Y pronto aprendió que esperar a alguien que está tan entretenido entre las faldas de las mujeres era inútil. Así que empezó a decir que sí a pasar el rato en el parque. Empezó a decir que sí a las manos ansiosas entre las piernas. Dijo que sí a los rollos en el césped, a follar en la cama de los padres de unos y de otros. A las invitaciones al cine para sentarse en la última fila a meterse mano. Aprendió a escuchar palabras hermosas, a pensarlas y a despensarlas. Así pasó el tiempo nadando entre el amor que sentía por Pablo, con el que solo se había cruzado aquella mirada que abrió aquel agujero por el que se coló la vida y el amor de los espíritus que se iba encontrando en el camino, por los que no podía decir "no siento amor" pero podía reconocer que no era un agujero por el que se colaba el universo. Los agujeros negros son muy complicados. Y abrir aquella puerta, y ver su cara, abrió de nuevo aquel agujero que ya era agujerito después de tanto tiempo. Agujerito que como toda energía no tiene límites. Que como todo agujero que se precie es tan oscuro que no se ve el fondo. Aunque el fondo esté muy cerca. Cuánto tiempo Mía... Hola Pablo. Pasa. ¿Cómo estás? ¿Quieres tomar algo? Bueno, sí. Lo que tengas. Una cerveza. No sé. O te acompaño en lo que quieras.

Capítulo 5: No sabemos lo que somos hasta que nos ponemos a prueba · Chapter 5: We don't know who we are until we start to test

Llueve. Y la lluvia le recuerda algo. Inconcluso. Eso que a todos nos viene a la mente con la lluvia. Hay personas a las que les pone tristes. Hay personas que se alegran. La comodidad del momento es el olor a café. Aquella mañana el café, sin embargo, no era para ella. La casa le era ajena. Los ruidos que la rodeaban no eran los familiares. De fondo sonaba, de madrugada, Sabina recitando "Esta boca es mía". Aquella banda sonora no era la acostumbrada, pero podía quedarse quieta en la cama los minutos que duraba la canción para entender el mensaje que su acompañante le quería dar al mundo. Entendido. Hay que mantenerse a cierta distancia, se dijo. Y posó los pies en el suelo. A pesar de que aquellos días no habían sido los mejores y que llevaba más de dos semanas sin salir de aquella cama de sábanas blancas a la que tanto cariño había cogido desde su recién estrenada época depresiva, la noche anterior decidió salir. Salir de noche. Hacía mil años que no lo hacía. Que no salía de noche en busca de Dios sabe qué (Dios bien lo sabrá si existe...) así que tenía miedo de haber perdido la práctica. Vagabundear no es nada fácil aunque las malas lenguas digan lo contrario. Conocer gente no es fácil aunque las malas lenguas digan lo contrario. Y aplacar la soledad es una tarea tan cansada como necesaria en ciertos momentos de la vida. Caminar hacia el deseo. Ver si mis ojos son aún ojos que pueden mirar y ver. Ver si mi olfato funciona. Si soy capaz de escuchar algo de lo que me dicen los desconocidos. Si puedo beber al ritmo de la noche para anestesiarme lo justo para sentir lo suficiente sin sentir demasiado profundo. Bailar. No sé si podrá bailar... mover los pies, escuchar la música. [Escribe, joder, escribe, como si te persiguieran los demonios. Los demonios que te atormentan. No te dejes vencer por ellos. No dejes que te atrapen. Para eso haces esto... para ser más rápida que los demonios o para que los demonios te atraviesen sin hacerte daño. Escríbete una nota mental: debes escribir. Es un deber. Para ti una obligación. Ya basta de autocompasión, de pensar que no vales nada. No lo dejes en no hacer nada para ver que no vales nada. Sé un poco más valiente aunque ser más valiente no te importa nada. No quieres demostrar nada a nadie, pero sabes que al final del ejercicio querrás ser leído, que tu supervivencia dependerá de quien te lea. Es como si fueses un pez. No quieres salir de la pecera para ir a una pecera más grande, luego a una más grande. Un acuario perfecto. Nunca la libertad total, claro que no. La escritura nunca permite una libertad total. Siempre estarás atado a las letras- A estas letras y estas frases. A tus manos rápidas intentando coger la historia que corre por tu mente. La historia no tiene dueño. Te pertenece aunque no sepas escribirla. Y todo este tiempo ha sido el terror a los demonios, que te han cogido y han estado follándote sin nada de amor por todos los orificios de tu cuerpo. Para que no pudieses hacer nada. Y al dejarte cazar, te has quedado sin las manos para escribir la historia que estás pensando, las miles de historias que se han perdido en borracheras, noches de fiesta con música de mierda, compañías defectuosas. Te dejaste cazar. Y dejaste que te chupasen la sangre los vampiros de la vida, que se alimentan de éxtasis ajenos, de sangre fresca, de pasión, de inspiración, de vida. De tu vida. Y tu vida tenía que ser para esto. Tenía que ser para escribir una y otra vez. Mal, bien, qué más da. Manda a la mierda el ser perfecto. Mándalo a la mierda, a nadie le importa más que a ti. De hecho es la imperfección la que lo hará perfecto. Porque la imperfección permite el poder hacerlo. En la imperfección no hay miedo, ni parálisis. No hay el puede ser mejor, solo es imperfecto, y punto. Haz el favor de no dejar que los demonios vuelvan a atraparte, y si quieren hacerlo escribe más y más rápido. Que esta escritura sea el aliento que te falta en la vida. El amor. Que sea el amor sin ser el amor. Pero que lo sea. No le regales a más personas el tiempo de la escritura. El tiempo de la escritura es sagrado. Ama si quieres. Y folla de vez en cuando o cuando lo necesites. Lee, relee. Llora. Habla. Emborráchate. Fuma lo que quieras. Sal de fiesta. Baila desenfrenadamente. Corre. Haz yoga. Pero no dejes de escribir, desde este momento nunca jamás. Encuentra en la vida el dolor y en esta página en blanco el sosiego. Aunque a veces parezca increíble, necesitas este espacio para poder vivir de nuevo. Date este espacio. Es tuyo. NO tendrías que haberlo abandonado nunca. Esmérate. Y deja atrás todos esos demonios o tendrás que renunciar a escribir una sola palabra más. Tendrás que renunciar a ser escritora. No es eso lo que quieres. Quieres seguir escribiendo, como si eso te alejase de la muerte y la locura. Sigue escribiendo. Descansa esta noche de la historia si quieres, respira. Pero confía en ti, y en que podrás. En que naciste para algo más que para el lamento, naciste para escribir, que alguien te lea y comunicarte. Si no puedes de otras formas, la vida te ha dado este talento. Aunque suene pretencioso. Confía en tus habilidades, son las que son. Otras no las tienes. Pero esta sí. Hazlo. Participa en esto. Date ese gusto. Vuelve a escribir la historia sin miedo. Hoy has vuelto a caminar lento para que te pilles los demonios, pero te he hecho escapar de nuevo en este claudator. ] Para Álex es la melancolía. Hoy.

Capítulo 4: La búsqueda de la respuesta · Chapter 4: Looking for the answer

Cigarrete daydreams. A ritmo de la canción Mia deja de lado a Beethoven. El Beethoven mental. Y escucha la música que viene del comedor... You wanna find peace of mind... Levanta el torso. Pero pronto vuelve a sentir el peso de la vida. Y cae de nuevo entre las sábanas. Hay una fuerza que la empuja a no poder salir de allí, ese agujero negro que la absorbe una y otra vez. Incluso cuando intenta ir al baño es ya un esfuerzo. Y al levantarse va dando tumbos, se agarra a las paredes, se pega golpes y esos golpes permanecen. En su piel. Y cuando alguien la toca pone sus manos encima de los golpes, sin verlos siquiera. Y aprietan. Y el dolor surge, del golpe y de la mano. -¿Desde cuándo te empezaste a sentir así, Mía?- pregunta de psicólogo interesado que cobra por horas. ¿Quién si no iba a preguntarle algo así sin querer salir corriendo cuando empezase a articular la respuesta? -No lo sé- no tiene ningún interés en saberlo. Supone que lo sabe, de alguna forma, sin palabras, en sus órganos se grita la respuesta. Pero no quiere saber decirlo. Una vez sepa decirlo... el abismo, ¿no? O peor. Encontrar una solución. La Solución. La que todo lo cura. Esa solución le salvará la vida, ¿no? -Haz un pequeño esfuerzo. Es importante, Mía. ¿Desde cuándo empezaste a sentirte tan triste? ¿Cuál es tu motivo? -¿Puede no haber ningún motivo? -Me costaría creerlo. Algún motivo tiene que haber. La depresión nunca es porque sí. Hay una razón. Y esa razón hay que buscarla, aunque tengamos miedo. Miedo de hacerle frente. Miedo de trabajar en la razón para no tener que sentirnos más tristes. A ti, ahora, te gusta estar triste aunque te cueste creerlo. Estar triste te hace sentir como en casa. Cómoda. "Y qué sabrá usted si yo tengo una casa de esas cómodas, como usted dice..." Piensa ante las aseveraciones del profesional de la mente. Pero sí la tienes, Mía. La tienes. Es esa cama. Y ese sueño. Y esa puerta cerrada. Y esas sábanas que no quieren despegarse de tu piel. Y el olor a café de las manos que te tocan. Todo eso es tu casa. Sí la tienes. Pronto me mandarás callar por estar diciéndote todas estas cosas... pero lo sabes. Habla con él. Él puede ayudarte. Él quiere ayudar porque cobra por horas. -¿Sabe cuánto tiempo llevo sintiendo esto? Quizás siempre. No de esta forma, obviamente. Pero siempre en mi era el desasosiego. Nada en la vida, en mi vida, parecía estar en su lugar. Admiraba a esas personas que paseaban por la calle y que parecía que tenían toda su vida en su sitio. Sin plantearse nada. Sin pensar en nada. Solo se dejan llevar como los salmones en el río. Quizás a veces nadan contracorriente, y entonces parece que están luchando algo, que algo les ofrece resistencia. Pero luego vuelven a lo mismo. Parecen morir en ese instante y resucitar como vivían anteriormente. No es que quiera agobiarle ahora con la vida del salmón de río. Y tampoco es que esté obsesionada con envidiar la felicidad ajena. Solo que parece que ese tipo de forma de proceder siempre me ha sido ajeno. Nunca he podido. Entenderlo, sí. Y envidiarlo. E incluso hubo un momento de mi vida en el que me sentí normal y sentí que podía vivir así, como un salmón nadando en el río, cogida de la mano de alguien que también es un salmón y también está en ese río. Luego resulto que volvió el desasosiego, después de mucho, mucho tiempo. Volvió el mirar alrededor y verlo todo extraño. Volvió dejar la vida para refugiarme en la oscuridad de una habitación y debajo de unas sábanas. Desnuda. Delicada. Sola. Cerrando los ojos vuelvo a mi sueño. Volviendo al sueño todo tiene sentido. Y entonces me torturo pensando cuándo podré volver a ser un salmón. Cuando lo único que me apetece es rugirle a todos los salmones en la cara, ponerme en el río a pegar zarpazos como los osos. Cazar uno, dos, tres. Matarlos y comérmelos. Y volver a la cueva a hibernar por fin. A cerrar los ojos y sentir como el cuerpo muere un poco, y renace. Estoy enfadada con todos esos pececillos y quiero comérmelos, ¿lo ve? No soy una persona para el mundo. No sirvo para vivir. Nunca he servido. Siempre ha sido todo tan triste... en mi mente. Incluso los momentos buenos eran un poco tristes. - se hizo un silencio entre paciente y doctor después de decir todo esto. El Dr. Puig no paraba de tomar notas sobre lo que ella decía. Son notas extensas. Largas. Intenta analizar. -¿Ves como había algo? Y podías decirlo. Hay que trabajar ese sentimiento, ese desasosiego, no? Podemos trabajarlo y te sentirás mejor. Por supuesto al principio vamos a necesitar apoyo. Un poco de medicación para que estés mentalmente predispuesta, para que tu cuerpo esté más animado. Si no no vamos a poder hacer nada. -¿Medicamentos? No quiero medicarme. No quiero tener que tomar pastillas para aguantar el peso de la vida. Me parece patético. -Tenemos que hacerlo. Sin las pastillas no funcionará el tratamiento cognitivo-conductual. -Entiendo. Si no hay más salida... pero para mi será como un parche. -Intentémoslo, Mía. Lo haremos. Te hago la receta de las pastillas. Cómpralas al salir de aquí, ¿ok? Son para reducir la ansiedad. Y así trabajaremos mejor. Una al día. Empieza a tomarlas hoy mismo y no te saltes ninguna dosis. Nos vemos la semana que viene, martes a las once, como hoy. Que Eli te apunte. Cuídate.

Capítulo 3: La medida del deseo · Chapter 3: Measuring the desire

Sus manos eran las medida del deseo. Eran la medida de mi deseo por ti. El deseo que muchas noches, y muchos días, andaba buscando. El deseo que encontraba y desencontraba, continuamente. Tus manos. Sí. Ahora en segunda persona. Ya sabes cómo me gusta cambiar de el Tú a Él, al Yo, de repente, ¿verdad? Y lo poco que me cuesta. Y lo mucho que me cuesta asumir lo poco que me cuesta. Pronombres personales sin más. Eso es lo que me gusta decirte. Solo son pronombres personales. Que cambian de lugar como tú y yo cambiamos de pensamiento. Hoy sí. Mañana puede. Pasado sí. Al otro empezamos a cansarnos. La medida del deseo son tus manos en mi cuerpo. Sujetando mis caderas como si éstas no hubiesen sido nunca sujetadas por ningún humano. Solo por bestias, me dices. Solo por las bestias de la noche. Te susurran al oído gemidos de animal. Te dejan la huella de la garra en la piel, el rastro del pelo duro, el olor del cazador y la marca de los colmillos. Tú, en cambio, presumes de delicadeza. Aunque tu mano sea más grande que la de todos ellos en mi. Aunque seas capaz de taparme la boca y los ojos al unísono. Podrías ser la bestia, y eres El salvador. Podrías ser mi cazador, y eres el que viene a cazar al que me caza. - ¿Soy yo la presa, entonces?- me pregunto. Aquí mismo, bajo el cuadro de Munch. En esta cama. Con tu cuerpo aplastando mi cuerpo. Seguimos en el mismo escenario. Ha sido siempre el mismo escenario que parecía otro. Te digo una cosa, solo una: la medida del deseo no es fácil. Puede ser cualquier cosa. Y me miras con la expresión del incrédulo. Sujetándome por la cintura como quien maneja un animalillo asustado antes de intentar demostrarle que no es un asesino de animalillos asustados. Yo aún puedo ganarte, me digo. Aún puedo ganarte, aún aquí debajo, aún asida por tu mano que es la medida de mi deseo, y, por tanto, me hace más débil que nunca. -Si aprietas un poco más... seré tuya para siempre- te digo. Y noto como tu mano se vuelve tímida al contacto con mi cuerpo. Te envuelve el miedo. Y, ahora, ¿qué vamos a hacer con todo esto? ¿Con todo este deseo que parecía el rugido del animal y es más humano que el lenguaje con el que estoy intentando escribir esta historia? Parece que has escuchado mis preguntas en silencio. Pero solo duermes. Cerrando los ojos ignoras que estoy. Que te pregunto. Y que esa pregunta es una semilla que germinará antes o después. Y que esto que nos pasa es tan real como la mano que delicadamente sabe cogerte por donde delicadamente no podrás escapar. Dormirás poco. Y me dejarás sola. Pero ya nada será lo mismo. Ya hemos tocado con las garras las manos. Ya hemos mordido al enemigo y lo hemos amado. Ya hemos despertado. Yo en ti y tú en mi. Te levantas. A oscuras. Si estuviese despierta te irías sin más, pero como piensas que duermo me das un beso en la frente. El amor son cosas muy pequeñas. Diminutas. Y uno no puede querer dar un beso en la frente a la dama dormida sin sentir más que solo los labios y la frente ajena. No quiero complicarme la vida, Mía. No quiero complicarme la vida. - te escucho susurrar. Es casi una súplica para que escuche en mis sueños. - No te preocupes- contesté- tranquilo.

Capítulo 2: El despertar · Chapter 2: Awakening

- Mía. Mía. Despierta... cariño despierta...- la escucha de fondo, como en sueños. Alguien que le habla dulce y que le toca el pelo, que la acaricia como una madre. Que le roza la cara y que huele a café recién hecho, a churros. - Mía. Despierta cariño. - sí. Ya va. Se va despertando, a ritmo de Beethoven. Escucha en su mente las notas de la sonata, del piano lento. Es como si las notas fuesen hilos invisibles atados a su cuerpo y ella fuese una marioneta, que mueven sin descanso. Así es su despertar. La voz cada vez se acerca más. La sonata cada vez es más intensa. Mueve los dedos de una mano. La vuelta a la vida. Siente el sol calentado su piel. Es un rayo pequeño, pero ya está más aquí que allí. Pronto la voz tira con ansia de su brazo obligándola a subirlo por encima de la cabeza. Sus piernas parecen haber entendido que debían moverse. Se estiran. Pronto se encuentra desperezándose lentamente y sin abrir los ojos. Sintiendo unos labios que avanzan poco a poco por su nuca. Por su cara. Cogen las manos que ella abre para brindarlas a la vida. Las cogen. Las aprietan. Las manos son besadas, como el cuello. Y se ve envuelta en el medio sueño, el medio despertar. La voz ahora estira todas sus extremidades, tuerce un poco la cabeza hacia ella, como para que la mire. Pero ella mantiene aún los ojos cerrados. Aún no ha llegado el momento de abrirlos. Y la voz se impacienta. Abre ésta las manos. Las posa en su cuerpo. Ahora su cuerpo siente esos labios, y esas manos abiertas en toda la piel. Suena Para Elisa. Rápidos, rápidos. Los dedos se mueven con la melodía. Su mente se despereza, pero su cuerpo ha dejado de moverse. La voz tiene ansias de ella, pero no quiere seguir moviendo los hilos. Con los ojos cerrados no puede adelantar el próximo movimiento, antes del despertar. Una lengua en la boca. Puede que la del ser amado. Puede que una cualquiera. Ahora es una lengua, no la lengua. No la reconoce. Tiene demasiadas ganas. Va demasiado rápido, Pertenece demasiado a lo despierto cuando ella aún es el trance entre la vida y el sueño, entre la oscuridad y el Sol. Las yemas de los dedos ajenos entre las piernas. ¡Acabáramos! Su boca se entreabre. -Mía, cariño, despierta...- no vas a despertar ahora. Ahora que empieza lo bueno. Que empieza el no estar estando más que nunca. Ahora que suena la Appassionata. No. A ritmo del piano de Beethoven... No va a volver del medio sueño. Esto es maravilloso. La voz mueve los dedos... la desea... pero... ¿quiere despertarla? Aún no lo sabe. No parece importarle que no pueda abrir los ojos del todo, que el despertar no llegue por completo. Un, dos, tres... allegro. Uf. Dedos prodigiosos son los que tocan este piano... tocan todas las teclas posibles... toca la partitura que se sabe. Seguramente, la habré escrito yo, en algún momento de la vida. Todo va muy rápido. Mía no quiere despertar. Le ha costado darse cuenta, pero la voz que le habla al oído es la de una mujer. Una no sabe cómo acaba las noches... según que noches...Se abandona... - Mía... ¿vas a correrte? Y... como si la melodía llegase a su fin suavemente... abre los ojos y la mira. Ahí está... Los dedos prodigiosos. Quizás no sean la llave de su puerta... pero saben cómo utilizar las ganzúas.

Capítulo 1: Cuando la dama se quita la ropa · Chapter 1: When the lady take off her clothes

Apretó los párpados con fuerza. Parecía estar viendo algo que le ocasionaba algún desconcierto en su cabeza. Una imagen. Era la imagen de la puerta cerrada de madera que tantas otras veces había rondado sus sueños más profundos. Ella paseaba plácidamente. Los pájaros cantaban a lo lejos, escondidos entre las ramas de los árboles. El bosque emanaba sus olores: tomillo, lavanda, moras... Cerraba los ojos mientras se dejaba embriagar por aquel ambiente tan bucólico. En ese momento, al cerrar los ojos, la sensación de punzada en el estómago... la más pura felicidad que te atraviesa como un puñal, de lado a lado. Ya puedes morir, después de sentir algo así. La pulsión de la muerte se siente casi como el enamoramiento. Casi como cuando no pensabas en nadie en concreto y de repente empiezas a doblarte en ti mismo de dolor, y mientras te doblas ves una imagen. Esa imagen es el amor. Y ya puedes morir, después. Ya has descubierto la felicidad, que no es más que buscar la felicidad. La encuentras y la desencuentras. Y ella dale que dale. Paseando por el bosque. Oliendo. Olfateando. Cazando la vida. Y zás. La punzada en el estómago que había sentido solo una vez, pero de la que guardaba el recuerdo. Y zás. La puerta. En medio del bosque. Una puerta de madera antigua en una entrada de casa de piedra. Cubierta parcialmente por una enredadera que su padre bautizó como la costilla de Adán. La puerta está cerrada. Y ella aprieta más y más los párpados. ¿Cómo atravesar esa puerta? Con el dolor que siente en medio del cuerpo y sin la llave. Va a ser imposible. Y esa sensación de imposibilidad no hace más que intensificar el dolor. Pero esta vez ya no es "Lo bonito duele" y puedo morir tranquila después de esto. No. Esta vez es como las otras veces en las que ha despertado envuelta en sudor frío... con fiebre. Esta vez, ante la puerta, su cuerpo menudo no hace nada de nada. Ni tocarla puede. Otras veces se acerca, husmea, pica con el puño cerrado. Esta vez solo la mira. Como preguntándose cuándo se abrirá . Eso le pregunta a la puerta: - ¿Eres ese tipo de puertas que se abren con una pregunta?- la puerta no responde. Por otro lado, la pregunta era estúpida. - ¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Dónde está la llave?¿Podría abrirte con una llave?- la puerta no dice nada. No revela ningún secreto sobre su existencia ni sobre cómo manipularla para poder acceder a lo que guarda. Todo empieza a oscurecer de repente. Mía aprieta más y más los ojos. Piensa en todas las preguntas a la puerta que no tendrán respuesta. Piensa en cómo sobrevivir con ese intenso dolor de barriga anclado dentro. Sabe que no es un dolor natural. Es la vida que atraviesa. Son las decisiones tomadas, que queman, que gritan como la réplica de Munch que tiene por cabecero en la habitación. El grito. Entonces. Grita. Se agarra con las manos las sienes delante de la puerta que sigue cerrada a cal y canto, que parece congelarse más y más, hacerse más y más dura e inexpugnable. Aprieta los párpados hasta que despierta del dolor. De dolor de cabeza. Del sudor frío. De las ganas de vomitar. Va corriendo al baño. Desde que sueña con esa puerta Mía deja la tapa del váter levantada para llegar a tiempo. Sabe que a veces es cuestión de un segundo. Esta vez sí. Todo lo que tenía en el estómago es expulsado en cascada en el inodoro. Mía se aguanta aún el pelo con la mano derecha. Lo aprieta. Aprieta su cabeza. Le va a explotar. Para ese momento la puerta cerrada forma parte de su vida y su vida depende de poder sobrevivir a la imagen de esa puerta. Abre las miras, Mía. Abre la mente. No es la puerta. Es que no has aprendido nada en el camino. Te dejaste la llave por no querer verla. Era una llave grande, como de casa de pueblo. Se la dejó en el camino de moras. Entretenida llenando la cesta cual caperucita recolectando moras para la posterior tarta de la abuela, que posteriormente después... le robará el lobo. Si ella no se ha vuelto lista, muy lista para entonces. Para cuando el lobo aparezca en el camino. Y entonces poder salvar la tarta y ver la llave. Y entonces, sin dificultad, abrir la puerta que tanto tiempo lleva esperando ser traspasada.