sábado, 18 de junio de 2016
Capítulo 14: Nudos marineros · Chapter 14: Sailor knots
Intentamos contar con las palabras.
Nuestra historia es una historia de palabras.
Es a partir de que le oigo hablar que mis sentidos se disparan. Si tuviera orejas de zorra estarían muy rectas, atentas, casi temblando de los sonidos que registran. El sonido de tu voz despierta mis sentidos. Activa una parte de mi cerebro que creía olvidada.
Vuelvo a la historia. Siempre me voy de la historia para hablar de nuestra historia. Vuelvo. Donde lo dejé. Justo en donde Pablo le decía a Mía que siempre tenía que poner a prueba el deseo.
Buscarle. Encontrarle. Quedar. Ir a un bar. Que sus cuerpos volviesen a encontrarse... era poner a prueba el deseo.
Mía estaba acostumbrada a muchas cosas. Pero había echado tanto de menos la voz de Pablo que cuando volvió a escucharla fue como una voz que venía de uno de sus sueños. De los que hacía tiempo que esa voz salía. Acariciándola.
Sus sueños de los últimos meses siempre fueron los mismos. Ella permanecía desnuda, estirada en la cama. Unas manos, que reconocía de hombre por lo grandes, por lo enormes, le abrían las piernas. Sin prisa pero sin pausa. Sentía una respiración entrecortada. Más entrecortada cuanto más abría sus piernas. Mía hacía un poco de fuerza. Por cerrarlas. El desconocido la incomodaba. Su mirada era penetrante, parecía querer follarla con los ojos. Pero cuando ponía un poco de presión esas manos la paraban. Eran un stop gigan
- Shhhhhh...- era un sonido conocido. Es increíble lo que las onomatopeyas pueden llegar a decirle a nuestro cerebro, a nuestro cuerpo. Son tremendamente prácticas, el gran avance comunicativo. Si no te funciona con palabras, prueba con onomatopeyas. Te sorprenderás. Ese sonido siempre había tenido en Mía un efecto sedante. Sus miembros se aflojaban sin ella poder evitarlo. La voz parecía conocer esa información.
- Shhhhh...- Guau. Sus miembros no solo aflojaban, sino que se movían dejando el paso mucho más fácil, quitando trabajo al desconocido. Y ella no se había dado cuenta, pero respiraba dificultosamente. Casi no podía respirar. Tantas eran las ansias, tantas eran las ganas que su cuerpo tenía de conocer la identidad del desconocido.
Se levantaba mojada.
Como si acabase de tener un orgasmo.
Aún podía sentir las contracciones.
Y juraría poder haber adivinado la identidad del hombre del sueño. Era Pablo. Pero nunca se mostró. Ni dio señales de vida en su inconsciente.
Fue a partir de ahí. De esos sueños repetitivos. Una y otra noche.
[...]
Sobre todo las noches de más frío en las que Lidia permanecía alejada, en el borde la cama, con tres capas de pijama puesto... Y se abría un abismo entre ellas. Era un abismo profundo. Ya no se podía saltar sin matarse. Ninguna de las dos quería la muerte, así que no hacían el movimiento de saltar.. por si acaso se caían.
Mía sabía que si seguía así un día u otro alguien moriría.
Una sabe cuándo muere en alguien. Es la sensación del abismo, pero en otro. Es ver que ya no queda nada por lo que saltar. Que todo son miedos y otras historias. Que los sentidos se cierran categóricamente a la información del otro. Molesta. Es un ruido molesto en la cotidianidad sombría.
Las cosas se acaban. Pero otras cosas están ya asomando la patita. Son lobitos con piel de cordero. Que intentan colarse en nuestras dulces y cotidianas rutinas para destrozarlo todo, engullir, desmoronar, babear. Comer. Comernos. Sí. Cazarnos. Sí. porque ¿si hemos decidido ser presas de algo por qué no sentir de verdad ser presas? Y así se acaba la hipocresía en nosotros, definitivamente.
Y así obtenemos la radiografía. De nosotros. No la fotografía, que es lo real. Lo cotidiano. Lo que las personas que nos conocen quieren revisar en nuestro Facebook.
La radiografía.
Lo que queda al descubierto si decidimos dejarnos ver.
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