Apretó los párpados con fuerza. Parecía estar viendo algo que le ocasionaba algún desconcierto en su cabeza. Una imagen. Era la imagen de la puerta cerrada de madera que tantas otras veces había rondado sus sueños más profundos. Ella paseaba plácidamente. Los pájaros cantaban a lo lejos, escondidos entre las ramas de los árboles. El bosque emanaba sus olores: tomillo, lavanda, moras... Cerraba los ojos mientras se dejaba embriagar por aquel ambiente tan bucólico. En ese momento, al cerrar los ojos, la sensación de punzada en el estómago... la más pura felicidad que te atraviesa como un puñal, de lado a lado. Ya puedes morir, después de sentir algo así. La pulsión de la muerte se siente casi como el enamoramiento. Casi como cuando no pensabas en nadie en concreto y de repente empiezas a doblarte en ti mismo de dolor, y mientras te doblas ves una imagen. Esa imagen es el amor. Y ya puedes morir, después. Ya has descubierto la felicidad, que no es más que buscar la felicidad. La encuentras y la desencuentras. Y ella dale que dale. Paseando por el bosque. Oliendo. Olfateando. Cazando la vida.
Y zás.
La punzada en el estómago que había sentido solo una vez, pero de la que guardaba el recuerdo.
Y zás.
La puerta. En medio del bosque. Una puerta de madera antigua en una entrada de casa de piedra. Cubierta parcialmente por una enredadera que su padre bautizó como la costilla de Adán. La puerta está cerrada. Y ella aprieta más y más los párpados. ¿Cómo atravesar esa puerta? Con el dolor que siente en medio del cuerpo y sin la llave. Va a ser imposible. Y esa sensación de imposibilidad no hace más que intensificar el dolor. Pero esta vez ya no es "Lo bonito duele" y puedo morir tranquila después de esto. No. Esta vez es como las otras veces en las que ha despertado envuelta en sudor frío... con fiebre. Esta vez, ante la puerta, su cuerpo menudo no hace nada de nada. Ni tocarla puede. Otras veces se acerca, husmea, pica con el puño cerrado. Esta vez solo la mira. Como preguntándose cuándo se abrirá . Eso le pregunta a la puerta:
- ¿Eres ese tipo de puertas que se abren con una pregunta?- la puerta no responde. Por otro lado, la pregunta era estúpida.
- ¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Dónde está la llave?¿Podría abrirte con una llave?- la puerta no dice nada. No revela ningún secreto sobre su existencia ni sobre cómo manipularla para poder acceder a lo que guarda.
Todo empieza a oscurecer de repente.
Mía aprieta más y más los ojos. Piensa en todas las preguntas a la puerta que no tendrán respuesta. Piensa en cómo sobrevivir con ese intenso dolor de barriga anclado dentro. Sabe que no es un dolor natural. Es la vida que atraviesa. Son las decisiones tomadas, que queman, que gritan como la réplica de Munch que tiene por cabecero en la habitación.
El grito. Entonces. Grita. Se agarra con las manos las sienes delante de la puerta que sigue cerrada a cal y canto, que parece congelarse más y más, hacerse más y más dura e inexpugnable.
Aprieta los párpados hasta que despierta del dolor. De dolor de cabeza. Del sudor frío. De las ganas de vomitar. Va corriendo al baño. Desde que sueña con esa puerta Mía deja la tapa del váter levantada para llegar a tiempo. Sabe que a veces es cuestión de un segundo.
Esta vez sí. Todo lo que tenía en el estómago es expulsado en cascada en el inodoro. Mía se aguanta aún el pelo con la mano derecha. Lo aprieta. Aprieta su cabeza. Le va a explotar.
Para ese momento la puerta cerrada forma parte de su vida y su vida depende de poder sobrevivir a la imagen de esa puerta.
Abre las miras, Mía.
Abre la mente.
No es la puerta. Es que no has aprendido nada en el camino. Te dejaste la llave por no querer verla. Era una llave grande, como de casa de pueblo. Se la dejó en el camino de moras. Entretenida llenando la cesta cual caperucita recolectando moras para la posterior tarta de la abuela, que posteriormente después... le robará el lobo. Si ella no se ha vuelto lista, muy lista para entonces. Para cuando el lobo aparezca en el camino. Y entonces poder salvar la tarta y ver la llave. Y entonces, sin dificultad, abrir la puerta que tanto tiempo lleva esperando ser traspasada.
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