sábado, 30 de septiembre de 2017

Capítulo 18: Sensibilidad · Chapter 16: Sensibility

Los ojos de él se clavaban en los suyos. Había estado toda la cena conteniéndose. Pablo hablaba de temas de trabajo y Mía de la última película que se le había ocurrido ver en Netflix. Los dos iban a un ritmo pausado. Como si les siguiesen de cerca los pasos otras palabras. Como si lo que estaban diciendo no tuviese nada que ver con lo que querían decir. Más tarde, una hora más tarde, Mía aprendería que en boca cerrada no entran moscas, como decía su abuela. Y que más vale el disimulado silencio de las palabras para llenar el aire que arrepentirse de haber querido hablar de ciertas cosas.

Capítulo 16. Los puentes en la vida diaria

Tras cruzar la puerta de entrada parecía que la vida se había detenido. Y habría jurado que eran más o menos las doce. Al abrir se encontró a su gato que venía displicente a saludarla, como siempre. Su cuerpo peludo pasaba una y otra vez entre sus piernas y maullaba, maullaba con aquel maullido de cómo te echo de menos que solo emitía cuando cambiaba de horarios. Ella también le había echado de menos. Todas las luces estaban apagadas. Reinaba en la casa el silencio. Vivía con él desde hacía unos meses. Pocos a decir verdad. Y a pesar de que habían intentado acercarse de algún modo hay cosas que no pueden cambiarse, aunque los dos pongan de su parte. Si cerraba los ojos, podía hacer una lista de las cosas buenas, las cosas que les acercaban, y las cosas que les alejaban. Que más que cosas eran actitudes, costumbres, hábitos, formas. Les quedaba el lenguaje. Y el cuerpo. Y era lo que utilizaban. El lenguaje. Palabras. El cuerpo. Deseo. Las dos cuerdas que les mantenían atados el uno al otro, y que tejían puentes entre los dos. El problema era cuando el puente estaba hecho. Y ella, ilusionada, se disponía a cruzarlo. Cogía carrerilla, porque la ilusión no es amiga de la lentitud. Siempre va rápida y con los ojos vendados. Es un poco ciega. Y a veces falta de razonamiento, sí. Pero es eso, ilusión. Y ella caminaba por aquel puente construido entre los dos para cruzar del uno al otro. Salía de ella y se dirigía a él. Y, entonces, abría la puerta de casa. Esa casa de los dos. Parece una tontería, pero en una casa caben varias vidas. Y son compartidas. Step 1. Abro la puerta de casa. Y me apetece verle. Y soy feliz porque me apetece verle y tender una liana. Tender una liana es preguntar cómo te ha ido el día. Y es que el otro escuche cómo te ha ido. Así se construye una cuerda que refuerza el puente que pasa de ti a mi y al revés. Es incomprensible que alguien quiera estar con otro sin tener la intención de tirar la liana. Sin tener la intención de cruzar el puente.