domingo, 1 de noviembre de 2020

Capítulo 3: Me levanto y ya no estás/Chapert 3: I wake up and you aren't here

 

El instinto

El hombre viejo, desilusionado de todas las cosas,
desde el umbral de su casa bajo el tibio sol
contempla al perro y a la perra desatar el
instinto.

En la boca desdentada corretean moscas.
Su mujer murió hace ya tiempo. Ella también,
como todas las perras, prefería ignorarlo,
pero tenía el instinto. El hombre viejo olfateaba
—antes de perder sus dientes—, la noche llegaba,
se metían en la cama. Era hermoso el instinto.

Lo que le gusta del perro es su gran libertad.
De la mañana a la noche recorre la calle;
y un poco come, un poco duerme, un poco monta las perras:
no espera ni siquiera la noche. Razona,
como que husmea, y los olores que siente son suyos.

El hombre viejo recuerda una vez que de día
lo hizo como un perro en un campo de trigo.

No sabe ya con qué perra, mas recuerda el sol radiante
y el sudor y las ganas de no cesar nunca.
Era como en una cama. Si regresaran los años,
lo querría hacer siempre en un campo de trigo.

Baja por la calle una mujer y se detiene a mirar;
pasa el sacerdote y se voltea. En la plaza pública
se puede hacer de todo. Incluso la mujer,
que está dispuesta a voltearse por el hombre, se detiene.

Solamente un muchacho no tolera el juego
y hace llover piedras. El hombre viejo se enoja.

enero de 1936




No. You aren't here. Now. 

Me levanto y ya no estás. Y este es un día cualquiera. Y sigue haciendo Sol. Hace un Sol brillante. Hace tanto Sol que parece que hoy no es un día en el que nadie pueda dejar de quererse. Me pica en los ojos el Sol. Y me gusta. 

Pero, me levanto y ya no estás. 

Y todo parece un sueño. 

You know? A dream. 

Recuerdo la última palabra que dijiste ayer,  con voz alta y grave. Y el portazo. Y el cansancio que entristecía tu mirada. 

Are you tired, my love? 

La mente se evade con algunos pensamientos. (En mí, siempre son recuerdos y letras). 

Leí hace tiempo un poema de Pavese. Laborare stanca. Trabajar cansa. Amar también cansa. ¿Será porque trabajar cansa, como decía el poema? Pues no lo sé. Pero si sé que lo siento mucho -que nuestro amor se canse-. Y que no lo siento mucho, también. Sorry. 

Marc ha dejado un mensaje de audio en mi whatsapp. Dice: 

-        - Tenemos que hablar, Jane. Esto no puede seguir así.

- Otra vez, Jane. - me digo a mí misma en voz alta, altísima, y con tono de burla. 

Ese tenemos que hablar que parece salir de lo más profundo del humano. Sale de donde nadie tiene derecho a tocar hasta que tú, Jane, metes la mano tan adentro que la persona quiere escupirte. Vomitarte. Esos órganos no son tuyos. Eres de digestión pesada. Las personas te engullen como a un dulce muy rico y luego sienten terribles dolores de barriga. Jane. Es la verdad. Sonríes, Jane. Es la verdad. 

Marc parecía perturbado y sus palabras anunciaban una conversación que he escuchado ya más de una vez de distintos interlocutores. A algunos les he amado. Mucho. Bastante. Suficiente.  A otros, simplemente les he cogido algo de cariño de tanto hablar y de tanto tocarles. 

He hablado después de escuchar el tenemos que hablar en dos de mis restaurantes preferidos, y en una playa a pleno sol. Esta última conversación ha quedado grabada en mi memoria. ¿Cómo en en un sitio tan bonito podía acabar una historia? (no recuerdo el sitio pero sí que era la mar de bonito). Podían sellarse sentimientos como si se pegasen con Loctite. Las palabras pueden pesar como el cemento con el rumor del oleaje de fondo, una despedida llena de calma. Aquella mañana en la que Pol me dejó en la playa bajo un sol como el que hace hoy (hoy que Marc me ha dejado el mismo mensaje que me dejó Pol) no podía resistirme a observar como los labios de Pol se movían y decían palabras, intentaban decir palabras. Pero su atención estaba eclipsada por aquel placentero rumor del oleaje. Cuando Pol acabó de decir lo que tenía que decir concluyó con una frase: 

- Y no cambiará nada entre nosotros, aunque no haya funcionado. - ya, claro. 

Sí. Era dramático y hermoso. Pol era así. Dramático y hermoso como yo. Por eso no había funcionado. Con Luís era porque éramos tan, tan distintos. Con Aaron porque no coincidíamos en horarios. Con Jack todo podía haber sido perfecto, pero sus preferencias sexuales me dejaron un tanto… confusa, por llamarlo de algún modo. Y después llegó Marc. Con su sonrisa perfecta y su aliento a mentol. Con sus ¿necesitas algo? ¿estás bien? Con su buen humor matutino y sus ganas de cocinar algo rico a todas horas. Con sus manos, que recorrían mi cuerpo como si me reconociesen de un pasado antiguo. Y sus besos. Y sus abrazos. Y su todo.

Cuando conocí a Marc pensé que funcionaría. Lo decían las largas noches que pasábamos hablando después del sexo y el vino que compartímos sin echarnos en cara quien de los dos había bebido más. Y las miradas y los silencios absurdos que te hacen parecer pequeño mientras sientes algo grande, grande. 

Y eso.

Todo eso. 

Y ahora me encuentro, después de dos largos años, escuchando el mismo mensaje en el contestador que he escuchado otras veces de una persona de la que nunca habría esperado esas palabras.

-          ¿Falla el amor? ¿Fallo yo?

– ¿Falla y parece que todo está bien? ¿Falla porque no logramos llegar al interior del otro, porque el amor no existía de antemano, porque somos arrogantes y cobardes?

Pues no sé. Pero mi gato sigue haciendo lo mismo aunque se haya montado todo este drama. 

Y el sol sigue saliendo y calentando y siendo de lo más agradable. 

Y echaré de menos a Marc. 

 


domingo, 30 de agosto de 2020

UNA NUEVA HISTORIA: CAPÍTULO 1. UNOS DÍAS EN LA PLAYA {Creciendo y encogiendo}


"Si me hace crecer podré coger la llave; y si me hace encoger, podré deslizarme bajo la puerta; así que de cualquier manera entraré en el jardín, ¡y no me importa lo que ocurra!"."

Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol




Pasar unos días en la playa con la familia siempre está teñido de ternura y de extrañeza. 

Allí, en la playa. En la casa de los padres se suceden los reencuentros con partes de ella misma que hace tiempo que intenta dejar atrás. Se siente frágil. Y otra vez pequeña. Ahora, con la llegada de la pequeña, es como si todo volviese a su lugar y se apaciguase. Y a una la dejan crecer, a veces, por momentos. Creces y te encoges. Creces y te encoges. 

Y, entonces, de repente comprendió el proceso de Alicia o de Lolita. Que crecen y se encogen como en una especie de baile. 

¿Le pasa eso solo a las mujeres? 

Cuando piensa en eso solo piensa en ellas. Ellas en general. Creciendo y encogiendo a lo largo de la vida. Con sus padres. Con ese compañero. Con esa compañera. Con el hijo. En el trabajo. Esa sensación. Constante. 

Como el vaivén de las olas del mar en la orilla que tanto le gusta observar. 

Los días en la playa se suceden escuchando voces familiares. Pasos familiares. Olores familiares. Volver a la familia es esencial, de vez en cuando, algunas veces, para huir del "mundanal ruido". 

  

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
                                                                                                       Fray Luis de León

La casa familiar es aquella donde siempre la esperan. Es aquella a la que siempre se puede volver. Malherida. Bienherida. Siempre se puede volver. Cambian cosas. No reconoce el nuevo bañador de su madre. Su padre está construyendo una habitación en la que poder escuchar música y cantar que está llena de polvo y de cosas antiguas. Cosas que no siguen ninguna norma escrita más que en el espíritu de su padre. Eso la emociona. Y la extraña. Porque hay cosas que creemos entender y no entendemos. Y los comportamientos de la familia son una de esas cosas. 

Al llegar a la casa hay un nuevo habitante. 
Es una niña. 
Una niña pequeña que justo empieza a descubrir el mundo. 

Siempre había pensado que esa casa de campo cerca de la playa era ideal para descubrirse a la vez que se descubre el mundo que hay a tu alrededor. El acceso a las plantas y las flores. La tierra. El paisaje de las montañas a lo lejos. El agua de la piscina. Los bichitos. Los molestos bichitos aquí y allá. Van y vienen sin miedo de estar donde no deben estar. Porque siempre están donde deben estar, indiscutiblemente. 

Y los amaneceres. Y las puestas de sol. Y el aire huele diferente. 

La nueva habitante lo mira todo con curiosidad. Camina un poco. Se cae y se levanta rápido. Gatea por encima del cuerpo de ella como si ella fuese un cojín, una montaña o nada. Simplemente un obstáculo que se encuentra en su camino y que debe sortear. La nueva habitante lo llena todo de un aire especial. Un aire nuevo. Tiene los ojos grandes y redondos y las manos pequeñas. Pasos decididos a pesar de que ni siquiera camina. Y habla su propio idioma. Un idioma formado por sonidos que dentro de muy poco serán palabras. ¡Qué pena! Ahora ella puede decirlo todo. Luego ya no podrá, y será esclava de lo que pueda decir con palabras. Y no como ahora. Que puede nombrarlo todo. Decirlo todo. Pedirlo todo. Porque todo existe en su lengua. Le da cierta pena saber eso y no poder advertirla. Pero no puede hacer nada. Dejar que disfrute ahora de ese gritito, ese sonido ininteligible. Luego todo desaparecerá y tendrá que decir "gracias" y "por favor". Y aparecerán las personas a su alrededor diciéndole cosas que ella deberá entender. Aunque no sea así. 

La nueva habitante de la casa ha aparecido para moverlo todo de lugar. Para sacudir todos los objetos y todas las personas de la casa. La nueva habitante es un pequeño motor. Un corazón diminuto que bombea sangre a las cosas de allí dentro, de dentro de la casa. Y la casa está un poco más viva por ella. Las paredes laten a otro ritmo y la recogen. Ahora, la nueva habitante forma parte de la casa. Y forma parte de la vida. Y se encoge y crece como el resto de los habitantes. 

Hay algunas cosas que no conoce y hay que mostrarle. Algunas son demasiado grandes todavía para ella. Y otras no. Otras están hechas justo a su medida y son los adultos con su experiencia los que le dicen esto sí es para ti y esto todavía no. Un acto tan injusto como el de toparse un día con el mundo de las palabras. 

Esta palabra sí es lo que quieres decir. Esto es lo que puedes hacer. Solo tienes un año, nueva habitante de la casa. Y con ese año puedes hacer todas estas cosas. 

Le muestran el camino a ella, que aún no camina. Pero ella tiene otros planes en la cabeza. Ellos quieren que coma y ella quiere ver al gato. Ellos quieren que duerma y ella gatear rápido para encontrar un rincón oculto donde poder observar una cosa nueva. Porque cada día ve cosas nuevas. Cosas que nunca ha visto. 

En la familia que habita en la casa siempre ha habido gatos. Así que es normal que a ella le gusten. Y siempre ha habido miedo, así que también es normal que ella lo tenga un poco. Aunque, se le antoja que la nueva habitante tiene un poco menos de miedo que todos. Y se le antoja que ojalá la dejen en paz y la dejen vivir sin miedo. 

Estos días en la playa Mía no ha hecho más que crecer y decrecer al ritmo de las olas del mar. Ha utilizado las manos, la piel, el lenguaje, la boca. Ha escuchado las historias de su padre que aún no entiende. Su padre habla otro lenguaje. Un lenguaje antiguo al que está accediendo poco a poco según pasan los años. Es el lenguaje de la nueva habitante. 

El padre tiene sesenta y siete años y la nueva habitante solo uno. Pero están cerca en lo que quieren decir. Quieren palabras para nombrar el mundo que existe solo para ellos. Sin que interfiera nada en ellos y el mundo. Al padre de Mía nadie le enseñó el  mundo, así que tuvo que descubrirlo solo. Y la soledad para un niño que necesita una mano que le guíe es cruel. 

Estos días le ha dado tiempo de observar, como la nueva habitante. De observar a todo el mundo. Su hermano -padre de la nueva habitante- tiene dos lunares en la espalda. Si trazas una línea de uno a otro lunar es una línea recta. Como él. Es su línea recta, ya escrita en su espalda desde el nacimiento. Ahí está su vida. Aunque no podamos entenderla. Mía tiene tres lunares en el muslo derecho. Si trazas tres líneas entre ellos y unes los puntos son un triángulo. También es su vida. ¡Ojalá tuviésemos siempre tiempo de mirar las cosas! Y a las personas queridas y cercanas. Hay tantas cosas que quiere mirar. Y tiene ese deseo para la nueva habitante. Que mire mucho. Y que tenga mucho tiempo de mirar las cosas y a las personas que se vayan cruzando en su camino. La nueva habitante tiene mirada intensa y es muy observadora. Ojalá no la pierda nunca. 

Mía se quedará siempre con las cosas pequeñas. Que ahora es pequeñita y cuando toca la arena de la playa la nueva habitante siente piedritas bajo la planta de los pies y le tiemblan las piernas. 
Se queda con poder señalarle un avión al pasar y decirle "es un avión". La pequeña dirige la mirada allá donde señalas. Y son un montón de cosas que aún no sabe del mundo. 

Mía se queda con poder llevarla en brazos y hablarle de las cosas a su alrededor. "Esto es una ola", "Aquellos son tus padres". Ellas están sentadas en la orilla de la playa en un día nublado. El viento revuelve el mar. Y las olas rompen en la orilla con fuerza. Las dos miran las olas, una a una, manchar la arena, una y otra vez. Y, entonces, recuerdo a Gabriela Mistral: 

"Dame, Señor, la perseverancia de las olas del mar, que hacen que cada retroceso sea un punto de partida para un nuevo avance."

Y eso le deseo a la nueva habitante de la casa. La perseverancia de las olas. Que no se le olvide. 






domingo, 7 de junio de 2020

Capítulo 29: la nueva casa / Chapter 29: the new house


The new house/ La nueva casa


Poco a poco, va descubriendo los rincones de una casa desconocida hasta el momento.
Gradually, she discover the corners of a house unknow until that moment.
Es como quitarse el cabello de la cara. El mismo gesto. Rápido y falsamente despreocupado.
It’s like taking your hair off your face. The same movement. Fast and falsely careless. 
Él la coge de la mano. La acompaña. Ha entrado en la casa y ahora es otra casa. Ya nada parece lo que era y ya nada parece lo que es.
He takes her hand. He accompanies her. He has entered the house and, now, is another house.
Lonenyless

Ha llegado a casa y está sola. Por fin sola. Le faltan tantas cosas, pero está tan tranquila que se asusta de sí misma. De la paz que la come por dentro. Y es que quiere escribir en su diario. Y quiere escribir en otro idioma, para descubrirse a sí misma.

Y entonces fue cuando apareció esa especie de ser. Un ser diminuto. Como los muñequitos antiestrés que poblaban la habitación donde solía escribir.

-          Mía, vengo de muy lejos para decirte algo muy importante.

El ser diminuto sabía su nombre. Y hablaba en su idioma. Pero no era de aquí. Aquí no había personas tan pequeñas. Ni tan peludas.

{TENGO QUE PENSAR EN UN SER MITOLÓGICO CURIOSO. Los niwis}

Capitulo 28: yoga, lobos y caperucitas/ Chapter 28: yoga, wolfs and red riding hoods

 El confinamiento ha dejado algunas historias.

Algunas tienen sentido. Otras no.

Ha sido todo demasiado surrealista como para tener sentido. Y yo ya no sé si quiero escribir con sentido. La verdad es que no quiero.

¡Convirtamos la vida en una obra de arte! Es la conclusión del confinamiento. Yo ya quería. Pero ahora quiero más. Mucho más.

Esta es la historia. Es sobre cosas sin sentido. Y me da lo mismo. Porque ¿acaso han tenido sentido estos días, aunque nos esforcemos por buscarlo y buscarlo?



1. El cerebro se ha hecho pequeñito y ya solo piensa en cosas obvias. Cosas esenciales para la supervivencia -esta supervivencia falsa de un vivir falso-. Algunos se han alegrado de volver de esa pequeña revolución que luchaban por dentro a diario en el exterior. Otros no. El confinamiento les ha hecho darse cuenta de que no les interesan tantas cosas como pensaban, o de que hablar con su yo interior -ese al que, simplemente, habían descuidado y dejado morir de hambre de mundo, ahí encerrado- es una mierda, y se caen como persona más que mal. Muy mal.

Y es que no ha sido fácil, pero, como dice mi amigo Raíl -con el que solo hablo por whatsapp desde hace tres años porque no me apetece verlo-, tampoco ha sido difícil. Solo era cuestión de fluir y abandonarse, Clara. Sí. He ahí la cuestión.

Fluir. Y abandonarse.

Y eso era lo difícil para Laura. Para Ose. Para Pablo. Para Carlos. Para Miguel. Para Silvosa. Para Carol. Fluir y abandonarse. Como si fuese sencillo.

Vamos a ello. Vamos a fluir y abandonarnos. Eso pensó Clara después de la conversación por Whatsapp con Raíl. Hasta un audio le había enviado él. Ella nunca. Nunca le enviaría un audio. Ya que no había ni acuerdo ni obligación en esas conversaciones. Solo fluían y se abandonaban.

La historia de Clara: yoga, lobo y caperucita

El yoga te hace promesas de paz interior.

Por eso, muchos se han subido al carro del yoga en el confinamiento. Pero “no hace nada”, como dicen las abuelas. No hace nada. Porque la paz por dentro o se tiene o no se tiene. Porque la lucha es entre la luz y la oscuridad, como siempre. Como desde que se formó el mundo como lo conocemos -¿y cómo se formó el mundo?-. Y pretender que la lucha no pasa respirando es tan inútil como decir “esto no me gusta” cuando te encanta. Y es que hay dos movimientos dentro de una persona. Uno es hacia fuera. Es el primer movimiento. El de nacer. El de sentir que la vida te estira del vientre de tu madre para abandonarte a tu suerte. Hacia fuera. Estirar. Ese movimiento te pone en contacto con los acontecimientos. con otras personas. Con vivencias pasadas. Seres. Cosas. Cotidianidad. Experiencias. Lágrimas. Y el primer sonido y la primera sonrisa. Es la de tu madre. Lágrimas y sonrisas.

Pero hay otro movimiento al que no todo el mundo dice sí. Hay otro movimiento hacia dentro. Ahí estamos nosotros. Y donde nos parece que había luz, en cuanto cerramos los ojos se convierte en sombra. Toda teñida de negro. Toda hecha lobo feroz. Y es que ya nos lo explicó Perrault en el cuento ese de la caperucita Que una niña no puede salir sola a la vida -que puede ser el bosque y pueder ser el metro de Barcelona o una discoteca a las afueras-. Así, tan tierna y vestida con la caperuza. Que hay muchos, muchos lobos. Muchos. Y, ahora, en los tiempos que corren, tan modernos, las caperucitas y los caperucitos suelen hacerse amigos del lobo. Vaya. Por sus cojones, son supervalientes y superfuertes y tocan al lobo y el lobo "debe" perdonarles la vida. Porque ya no tiene hambre de ser humano. Y los dos hipsters de turno se lo creen. Porque han leído cosas que creen que los demás no saben -pero sí las saben-.

Y eso. Como las caperucitas y los caperucitos de ahora se creen invencibles y cuentan el cuento de cómo se han hecho amigos del lobo feroz -que ya te advierte el adjetivo de lo peligroso del lobo, pero les da lo mismo-. Como reescriben el mundo como no ha pasado, como reescriben la historia como no existe, luego se llevan El Gran Chasco.

Un día, mientras el lobo duerme a los pies de la esterilla sobre la que hacen sus posturas de yoga más complicadas -las más preferidas-. Ahí. Tan estirado y tan grande. Tan peludo y tan salvaje y tan aparentemente domesticado. Sientes la paz absoluta. Joder. Has domesticado al lobo. Qué bonito es admirarlo. Qué bonito poder hacer yoga con él este confinamiento en el que me recuperaré del estrés de la vida gracias a un virus que amenaza con matarme.
Savásana es la postura preferida. La domina a la perfección, Te estiras en el suelo y te engrandeces. Y te conectas a la naturaleza. Piensas en árboles. En bosques. En amor incondicional para el mundo.  Y, de repente, la caperucita yogi siente una respiración en la mejilla. El lobo domesticado está a punto de lamerla. Lo hace a veces. Pero esta vez, que se ha relajado tanto que ha visto la luz en su interior - ¿existe esa luz o es que al tener los ojos cerrados vemos blanco?- abre los ojos y ve al lobo ahí. Respirando al lado de su mejilla. Y... bueno. No sé si está bien que explique como acaba la caperucita en este cuento de confinamiento. Lo que sí puedo decir es que ya no pudo hacer más yoga. Así fue.

Voraz también empieza con V de vivir. Pensó. Quizás en otro confinamiento sí aprendamos a domesticar a los lobos. Y sí se puedan cambiar los cuentos. Y esta yogi se convierta en princesa o en unicornio o en un plato de pasta.

No sé. Quizás. Puede. Seguramente. Sí. O no.

Quién sabe. Así son las historias de confinamiento. Que vienen y van. Vienen y van. Y se forman sin querer.




sábado, 18 de enero de 2020

Chapter 27: Ahora lo entiendo / I finally understand it

Ahora lo entiendo.
No era a mí a quien le gustaban aquellas cosas.
No era a mí a quien le gustaban las puestas de sol y el mar.
Ni los deportes. Ni la política.
Ni las noches de fiesta.
Ni el sol hasta hartarnos.
Era a ti.

Aquella no era yo, y tú lo sabías.

Ya no pasa nada. Pero vaya. Darse cuenta un día de que aquella no era yo. Vaya.

viernes, 16 de agosto de 2019

Chapter 26. Mono no aware


Ya sé lo que voy a tatuarme.

Mono no aware.

Miguel eres la belleza que dura un ratito. Arte. Que está, pero que nunca será mío y nunca podré llevármelo a ningún lugar conmigo más que en mis recuerdos.
Eres bello. Siento algo por ti similar a cuando observo, sigilosa y tímida, una gran obra de arte que seguirá allí tras mi muerte. Este sentimiento similar al amor seguirá aquí entre nosotros cuando me vaya, cuando te vayas.
Guardaría cada uno de los momentos bellos que hemos pasado juntos colgados en una pared. Tu sonrisa. La forma que tienes de hablarme. Tus miradas, todas las miradas. Tu expresión mientras duermes.
Pero nos separó la vida. Porque yo no entendía lo que era esto entre nosotros. Era único, pero era algo que no es para cada día. No es para la vida. No es rutina. No es ritmo para la felicidad.
Es ser especies diferentes y tocarnos. Y sentir que aún siendo especies distintas somos distintos iguales.

Eres bello. Y nuestro amor es bello. Siempre lo será. Y ahora me da por pensar que no debo equivocarme queriendo hacer de nuestro amor algo que no es. Un amor donde los dos somos bellos por un rato. Un ratito, nos sublimamos. Somos puro placer. Pura carrera. Puro juego. Pura pasión. Pero un ratito porque la vida es una rutina lenta que no todo el mundo puede aguantar en compañía.


miércoles, 19 de junio de 2019

Voy a vomitar nuestra historia hasta que desaparezcas ó Just Get Out


Hacía más o menos una semana que se había enterado de la peor de las formas -por casualidad- de que su ex le estaba poniendo unos cuernos de campeonato con una de sus mejores amigas. De ella.

Ana era una de esas personas que crees tu alma gemela. Alma siempre la llamaba para todo, para contarle penas y alegrías. Parecía ser una de esas mujeres profundas que te tocan el corazón con las palabras y que te entienden.
Sí. Con cada copa. Con cada café. Con cada paseo a lo largo de esos quince años. Alma había desnudado su yo más secreto a esa mujer.
Y... ahora. El dolor más intenso se clavaba en su estómago al leer esos correos electrónicos cargados de frases que le escribía a su novia y que ella ni siquiera era capaz de imaginar.
Asco.
Rabia.
Asco de nuevo.

El amor se va derritiendo lentamente de su cuerpo para dejar al descubierto a un ser diferente. Más parecido a un monstruo de piel rugosa, agrietada, rojo intenso. Suda. Y huele. Con cada palabra y cada frase se convierte en una herida abierta. Supura.

Por un momento se le pasa esto por la cabeza - Si cierro los mails todo volverá a ser como antes. Puedo fingir que no los he leído, que no existen. Puedo borrar esta historia de mi mente y, simplemente, hacer como si nada hubiese pasado- . Y durante un rato, se sienta en el suelo delante de la puerta abierta donde Alicia duerme plácidamente. La observa. - ¿En serio has podido hacerme esto?- . Sí. Ha podido. Y no solo ha podido sino que, por el tono de los correos, ha disfrutado.

En su cabeza se repite la frase:

"Se lo diremos a Alma después de las vacaciones, antes no, le romperíamos el corazón y las dos la queremos."

Las dos me queréis. Las dos me habéis tocado. Las dos me habéis visto llorar. Y me habéis besado. Y a las dos os he abierto mi corazón. Y, ahora, siento como si hubieseis estado planeando cuánta limosna me daríais para que tampoco fuese un dolor tan grande perderos.

Por que en estas historias se pierde. Siempre se pierde. Siempre hay alguien que pierde.

martes, 28 de mayo de 2019

Desapareces estando aquí y vuelvo a creer en los fantasmas

Hace tiempo que has desaparecido. Pareces no estar. Caminas lento y pausado por la casa sin mirar alrededor. Abres y cierras puertas. Enciendes luces. Haces ruidos estridentes que rompen el silencio de golpe. A veces toses. Estornudas. Se te cae una cuchara. Y yo me doy cuenta de que sí. De que estás. De que vivimos juntos.

Hace tiempo que ya no hablo de casi nada. Porque cada vez que hablo acabamos a gritos. Y eso es porque no te veo. No sé con quién estoy hablando, porque la persona que eras ya no está. En su lugar, hay un ser desconocido y oscuro. Un ser malhumorado. Un ser indescriptible. Como si tu proceso de putrefacción hubiese empezado sin yo darme cuenta. Dicen que a las personas que irradian luz las mueve el amor. Y tú, que cada día estás más oscuro, pareces alimentarte de odio. Odio hacia ti mismo y hacia todo lo que te rodea. El odio parece ser tu única conexión con el exterior. Y no deja crecer nada a tu alrededor.

Pensaba que lo tenía controlado y pensaba que podría ayudarte, de algún modo. Acercándome a ti y escuchando lo que tenías que decir, por muy malo que fuese. Pero desde hace un tiempo acercarme a ti es imposible. La lengua ya no nos une, como antes. Porque me he dado cuenta de que tu oscuridad va más allá de cualquier lengua. Y yo siempre he confiado en las palabras, y si no en tus ojos. Pero es que tu mirada ya no me habla. Has construido un muro y te has afincado tras él. Y no hay forma de comunicarse, así.

Entonces. ¿Qué hago con todo ese ruido que me rodea? ¿Qué hago? Porque es como si un fantasma se hubiese apoderado de la casa. No está, pero está en todos los lados. Y yo estoy y no estoy en ninguno.

Y, por supuesto, ese nosotros que un día fuimos se ha muerto de falta de luz, y de amor, y de cariño, y de empeño y de deseo.

Pensaba que podría ayudarte, y me estoy enfermando.


miércoles, 13 de marzo de 2019

Chapter 25: people & things / Capítulo 25: personas & cosas

Siempre me han interesado las personas. Cómo las personas piensan y se comportan. Cómo llegan a determinadas conclusiones.
Observar.
Tú observas las cosas y yo a las personas.

Y nos parece tan natural que no entendemos como el otro lo ve distinto.

O soy yo la que está empeñada en que lo veamos igual.

Puede.

Época de crisis.

Quiero estar con una mujer pero no quiero estar con esa mujer. No quiero una mujer. Ni quiero un hombre. Pero no es querer sino sentir y necesitar.

Estoy en la encrucijada entre la mente y el cuerpo. Y es la vida la que me pone entre la espada y la pared.

Eligiendo una cosa u otra  mi vida cambia.

Eligiéndolo a él mi vida cambia.

Y eso él no lo entiende porque solo entiende las cosas.

Para mi es incomprensible.

¿Cómo puede ser que entienda el funcionamiento de un coche y no pueda entenderme a mí?

Él dirá:

Un coche es un coche. Y tú no paras de cambiar de opinión.

Claro, soy una persona. Pero mi maquinaria es siempre la misma.

Personas, cosas y langostas. Peterson. Gracias a Peterson he aprendido porque estamos interesados en cosas distintas. Macho y hembra. Langostas. Nos comportamos como lo que somos, un hombre y una mujer.

Si todo fuese fácil sería como lo estoy diciendo ahora mismo, ni más ni menos, pero no lo es.

Yo no me siento una langosta. Al menos no mentalmente.

Aunque podría llorar si alguien cogiese a esa langosta y quisiese engullirla en caldereta.

Entiendo ahora por qué para Pablo es tan absurdo ser pansexual. No lo entiende.

Yo, que tengo tantas hormonas y ya no sé ni siquiera cuáles me representan, sí lo entiendo. Pero mi cuerpo no. ¿Qué hago?


miércoles, 9 de enero de 2019

Chapter 24: Silly moments/ Capítulo 24: Tonterías

Cuando Pablo entró en mi vida todo se llenó de tonterías. De silly moments. De tú no entiendes esto y yo no entiendo aquello.

Podíamos pasear. Podíamos tomar el sol. Podíamos oler, calmados, el jazmín que empezaba a florecer en nuestra terraza.

Pero preferíamos "disfrutar" de nuestras tonterías.

Podíamos mirarnos y tocarnos la piel. Y disfrutar del sexo por sexo o del sexo con amor. O de, simplemente, el placer de tener una piel que tocar que no fuese la nuestra.

Podíamos mantener una animada conversación, o no.

Pero nada era suficiente para aguantar el tedio de la vida.

Parecíamos mirarnos y cansarnos. Inmediatamente.

Entonces recordé. Yo no quería escribir esta historia.