domingo, 7 de junio de 2020

Capítulo 29: la nueva casa / Chapter 29: the new house


The new house/ La nueva casa


Poco a poco, va descubriendo los rincones de una casa desconocida hasta el momento.
Gradually, she discover the corners of a house unknow until that moment.
Es como quitarse el cabello de la cara. El mismo gesto. Rápido y falsamente despreocupado.
It’s like taking your hair off your face. The same movement. Fast and falsely careless. 
Él la coge de la mano. La acompaña. Ha entrado en la casa y ahora es otra casa. Ya nada parece lo que era y ya nada parece lo que es.
He takes her hand. He accompanies her. He has entered the house and, now, is another house.
Lonenyless

Ha llegado a casa y está sola. Por fin sola. Le faltan tantas cosas, pero está tan tranquila que se asusta de sí misma. De la paz que la come por dentro. Y es que quiere escribir en su diario. Y quiere escribir en otro idioma, para descubrirse a sí misma.

Y entonces fue cuando apareció esa especie de ser. Un ser diminuto. Como los muñequitos antiestrés que poblaban la habitación donde solía escribir.

-          Mía, vengo de muy lejos para decirte algo muy importante.

El ser diminuto sabía su nombre. Y hablaba en su idioma. Pero no era de aquí. Aquí no había personas tan pequeñas. Ni tan peludas.

{TENGO QUE PENSAR EN UN SER MITOLÓGICO CURIOSO. Los niwis}

Capitulo 28: yoga, lobos y caperucitas/ Chapter 28: yoga, wolfs and red riding hoods

 El confinamiento ha dejado algunas historias.

Algunas tienen sentido. Otras no.

Ha sido todo demasiado surrealista como para tener sentido. Y yo ya no sé si quiero escribir con sentido. La verdad es que no quiero.

¡Convirtamos la vida en una obra de arte! Es la conclusión del confinamiento. Yo ya quería. Pero ahora quiero más. Mucho más.

Esta es la historia. Es sobre cosas sin sentido. Y me da lo mismo. Porque ¿acaso han tenido sentido estos días, aunque nos esforcemos por buscarlo y buscarlo?



1. El cerebro se ha hecho pequeñito y ya solo piensa en cosas obvias. Cosas esenciales para la supervivencia -esta supervivencia falsa de un vivir falso-. Algunos se han alegrado de volver de esa pequeña revolución que luchaban por dentro a diario en el exterior. Otros no. El confinamiento les ha hecho darse cuenta de que no les interesan tantas cosas como pensaban, o de que hablar con su yo interior -ese al que, simplemente, habían descuidado y dejado morir de hambre de mundo, ahí encerrado- es una mierda, y se caen como persona más que mal. Muy mal.

Y es que no ha sido fácil, pero, como dice mi amigo Raíl -con el que solo hablo por whatsapp desde hace tres años porque no me apetece verlo-, tampoco ha sido difícil. Solo era cuestión de fluir y abandonarse, Clara. Sí. He ahí la cuestión.

Fluir. Y abandonarse.

Y eso era lo difícil para Laura. Para Ose. Para Pablo. Para Carlos. Para Miguel. Para Silvosa. Para Carol. Fluir y abandonarse. Como si fuese sencillo.

Vamos a ello. Vamos a fluir y abandonarnos. Eso pensó Clara después de la conversación por Whatsapp con Raíl. Hasta un audio le había enviado él. Ella nunca. Nunca le enviaría un audio. Ya que no había ni acuerdo ni obligación en esas conversaciones. Solo fluían y se abandonaban.

La historia de Clara: yoga, lobo y caperucita

El yoga te hace promesas de paz interior.

Por eso, muchos se han subido al carro del yoga en el confinamiento. Pero “no hace nada”, como dicen las abuelas. No hace nada. Porque la paz por dentro o se tiene o no se tiene. Porque la lucha es entre la luz y la oscuridad, como siempre. Como desde que se formó el mundo como lo conocemos -¿y cómo se formó el mundo?-. Y pretender que la lucha no pasa respirando es tan inútil como decir “esto no me gusta” cuando te encanta. Y es que hay dos movimientos dentro de una persona. Uno es hacia fuera. Es el primer movimiento. El de nacer. El de sentir que la vida te estira del vientre de tu madre para abandonarte a tu suerte. Hacia fuera. Estirar. Ese movimiento te pone en contacto con los acontecimientos. con otras personas. Con vivencias pasadas. Seres. Cosas. Cotidianidad. Experiencias. Lágrimas. Y el primer sonido y la primera sonrisa. Es la de tu madre. Lágrimas y sonrisas.

Pero hay otro movimiento al que no todo el mundo dice sí. Hay otro movimiento hacia dentro. Ahí estamos nosotros. Y donde nos parece que había luz, en cuanto cerramos los ojos se convierte en sombra. Toda teñida de negro. Toda hecha lobo feroz. Y es que ya nos lo explicó Perrault en el cuento ese de la caperucita Que una niña no puede salir sola a la vida -que puede ser el bosque y pueder ser el metro de Barcelona o una discoteca a las afueras-. Así, tan tierna y vestida con la caperuza. Que hay muchos, muchos lobos. Muchos. Y, ahora, en los tiempos que corren, tan modernos, las caperucitas y los caperucitos suelen hacerse amigos del lobo. Vaya. Por sus cojones, son supervalientes y superfuertes y tocan al lobo y el lobo "debe" perdonarles la vida. Porque ya no tiene hambre de ser humano. Y los dos hipsters de turno se lo creen. Porque han leído cosas que creen que los demás no saben -pero sí las saben-.

Y eso. Como las caperucitas y los caperucitos de ahora se creen invencibles y cuentan el cuento de cómo se han hecho amigos del lobo feroz -que ya te advierte el adjetivo de lo peligroso del lobo, pero les da lo mismo-. Como reescriben el mundo como no ha pasado, como reescriben la historia como no existe, luego se llevan El Gran Chasco.

Un día, mientras el lobo duerme a los pies de la esterilla sobre la que hacen sus posturas de yoga más complicadas -las más preferidas-. Ahí. Tan estirado y tan grande. Tan peludo y tan salvaje y tan aparentemente domesticado. Sientes la paz absoluta. Joder. Has domesticado al lobo. Qué bonito es admirarlo. Qué bonito poder hacer yoga con él este confinamiento en el que me recuperaré del estrés de la vida gracias a un virus que amenaza con matarme.
Savásana es la postura preferida. La domina a la perfección, Te estiras en el suelo y te engrandeces. Y te conectas a la naturaleza. Piensas en árboles. En bosques. En amor incondicional para el mundo.  Y, de repente, la caperucita yogi siente una respiración en la mejilla. El lobo domesticado está a punto de lamerla. Lo hace a veces. Pero esta vez, que se ha relajado tanto que ha visto la luz en su interior - ¿existe esa luz o es que al tener los ojos cerrados vemos blanco?- abre los ojos y ve al lobo ahí. Respirando al lado de su mejilla. Y... bueno. No sé si está bien que explique como acaba la caperucita en este cuento de confinamiento. Lo que sí puedo decir es que ya no pudo hacer más yoga. Así fue.

Voraz también empieza con V de vivir. Pensó. Quizás en otro confinamiento sí aprendamos a domesticar a los lobos. Y sí se puedan cambiar los cuentos. Y esta yogi se convierta en princesa o en unicornio o en un plato de pasta.

No sé. Quizás. Puede. Seguramente. Sí. O no.

Quién sabe. Así son las historias de confinamiento. Que vienen y van. Vienen y van. Y se forman sin querer.