El pitido del microondas devuelve a la joven a la realidad. Aquella que cada día nos llama la atención rozando con el dedo índice nuestro hombro delicadamente.
Está nerviosa. Su historia de amor es hermosa, pero no da de comer a la vida.
La vida le pide más. Y más.
Y ella, tan hermosa, solo pide un segundo en ese sueño. Un segundo para creer que solo de amor podrá vivir los próximos veinticinco años.
Que no necesita triunfar. Ni necesita leer. Ni escribir. Ni bailar. Ni siquiera interactuar con otros semejantes.
Solo necesita llegar a casa y verla para volver a confiar. En que hoy podrá dormirse y mañana podrá levantarse. Cualquier cosa que se interponga entre nosotras será destruida. No hay nada más que hablar, se dice a sí misma.
Abre el micro y enciende la luz. La taza de agua hirviendo libera un vapor parecido a la cortina de humo de los magos en el escenario. Se le empañan las gafas y , durante un segundo, no ve nada más que una realidad inconclusa. Le gustaría hacerse una bola {como los bichos bola} y rodar, rodar muy lejos. Donde nadie pudiese juzgar lo que siente. Donde nadie pudiese recordarle que su vida no es más su vida sino la de otra persona. Rodar hasta hacerse tanto daño que no pudiese sentir la pena que se da. El entelado de las gafas desaparece. Y la vida vuelve.
Abre el armario de las infusiones que ya no es el armario de las infusiones. Hace unos meses que es el armario de las cosas que no nos sirven. A ella no le gustan las infusiones, las infusiones son para la pareja agua con sabor desagradable. La pareja gusta de bebidas con alcohol o de café con leche entera. Las infusiones no sirven para nada. Así que se guardan en el armario de lo inservible.
Abre la caja del Yogi Tea. Abre una de las bolsitas del té relajante que compró la semana pasada y lee con sumo cuidado, como si fuese la lectura del futuro de sí misma, el mensaje: "Love without trust is like a river without water". Repite la frase en su cabeza una, dos, tres veces. Cuatro. Cinco. Mierda de Yogi Tea. Mierda de frases estúpidas. Mierda de vida. Sumerge la bolsita en el agua y espera. Cinco minutos. Deja la taza apoyada en el banco que sirve de mesa en el comedor, humeante. Y abre la puerta para acceder al pequeño balcón que da a la Diagonal. Justo delante, en un banco de la avenida, un chico y una chica jóvenes se dan el lote sin ningún tipo de decoro. Ella lleva un mono tejano de color azul, el pantalón deja al descubierto parte de las nalgas que están en contacto con el pantalón de deporte de él. Los labios no se han separado en los dos minutos que lleva observándoles. Empieza a pensar si serán expertos en apnea o algo parecido. ¿Puede que solo sea deseo lo que les hace no poder soltarse el uno al otro?
Deseo es lo que pensaba que tenía ella por la desconocida que vive y duerme y come bajo su techo. Juraría que era deseo. Deseo era aquella noche cuando se susurarraron cosas al oído y empezaron a mirarse de forma menos sencilla de lo que es habitual. Añadiendo preguntas a la mirada. Y haciendo que los dedos de las manos atrajesen el nuevo cuerpo que les ofrecía la vida. Deseo fue abrir mucho la boca para esperar que el objeto de deseo quisiese entrar en ella de alguna forma. Y, sin cerrar los ojos, ver cómo empezaban a unirse las lenguas en un baile del que nadie tiene la certeza del fin. No es una canción. No es tiempo. No es nada. Es el tiempo que tú decidas quedarte en mi. Sin preguntas. Cualquier pregunta en ese momento es categóricamente rechazada. Cualquier pregunta es molesta y torpe. Como las manos en piel ajena.
Aquella mujer, sin duda, había despertado su deseo, en algún momento. Y al revés. Recordaba vagamente las noches contra la pared de las discotecas de ambiente de moda en Barcelona. Las manos de las dos atropellándose de arriba a abajo del ser. El pelo emmarañado y la respiración entrecortada.
Y recordaba ese espacio de las NoPalabras. El espacio donde todas las palabras sobran y el cerebro solo descansa de ser tan humano. De razonar. De pensar. De ser.
Ese espacio asalvajado era su espacio. El espacio de ella y el de los jóvenes del banco. Ese espacio es el amor. Donde todo el mundo devora o es devorado sin piedad. Sin negociación. Ese es el trust más grande del amor. Tu mano en la mía. Tus labios en mis labios. Tus dientes contra mis dientes. Y yú y yo decidimos confiarnos. Confiar en que el amor hará que no nos hagamos daño. Que no podamos mordernos. Ni hacernos sangre. Confiar en que abrazarme y tirarme contra la pared son casi el mismo movimiento. Es amor. Y las pupilas crecen. Y los ojos se vuelven profundos. Me atas las manos con palabras y me gusta. Las adecuadas. No las palabras superfluas que se darán más tarde cuando tú no me entiendas nada y yo te entienda bastante poco. Y seamos, en vez dos animales que se desean, se persiguen y se cazan; dos loros mirándose de frente. Contorsionando el cuello para poder ver un poco de lo que saben que nunca podrán ver del todo. Yo ahora solo te miro con un ojo. El otro ojo desconfía. El otro ojo pertenece ya a otro lugar del que ni yo sé aún el nombre. Recupera la visión poco a poco y eso duele. Duele como quemarse pero al revés, haciendo el camino contrario.
Recuperar(me) es como perder(me).
Dejo a los niños del banco (cada vez son más pequeños en mi) y vuelvo a la taza de Yogi Tea.
Ya no humea. Está fría. Voy a bebérmela, claro que sí. Porque no está bueno pero es lo que tengo que hacer para dormir mejor. Y esto me desconectará, de lo que no debo pensar.
Hago un ruego. A Dios, supongo. Pero no creo en Dios. Hago un ruego, ¿a mi misma entonces? ¿Al Universo que no sé ni qué es ni dónde está exactamente? Soy un Pequeño Nada entre este Pequeño Todo.
Hago un ruego: "Desconéctame". Para que pueda vivir y olvidarme de esta intuición de mierda que me amarga la vida.
"Desconéctame". Para no sentirme más miserable. Para no sentir que me quieren tan poco como nunca me había imaginado. Y "Desconéctame" para que yo no quiera sentir tanto. Para que olvide, por fin, que un día fui suya pero que ya no quiero. Que no quiero. Que no.
Poco a poco bebo. Y poco a poco se me cierran los ojos. El gato se acerca suavememente y me roza las piernas. Pronto, me descubro estirada en el sofá de polipiel color crema del comedor sin tapar siquiera. Con la taza en el suelo de parqué y el té desparramado. Ella duerme, en la habitación de al lado de paredes de papel y con la puerta abierta. Ella duerme, yo también duermo.
Pero no dormimos.
"Desconéctame porque si no los ríos ya no existirán en mi y todo se volverá oscuro". Y "Desconéctame" para que aguante que nadie va a venir a buscarme más que el gato, que duerme plácido a mi lado, y yo misma".
Cierra los ojos de nuevo. Abraza al felino con más fuerza de la que es habitual. Cierra los ojos y descansa. Pronto será de día y ya has hecho un ruego.
Level 0 superado.
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