sábado, 18 de junio de 2016

Capítulo 3: La medida del deseo · Chapter 3: Measuring the desire

Sus manos eran las medida del deseo. Eran la medida de mi deseo por ti. El deseo que muchas noches, y muchos días, andaba buscando. El deseo que encontraba y desencontraba, continuamente. Tus manos. Sí. Ahora en segunda persona. Ya sabes cómo me gusta cambiar de el Tú a Él, al Yo, de repente, ¿verdad? Y lo poco que me cuesta. Y lo mucho que me cuesta asumir lo poco que me cuesta. Pronombres personales sin más. Eso es lo que me gusta decirte. Solo son pronombres personales. Que cambian de lugar como tú y yo cambiamos de pensamiento. Hoy sí. Mañana puede. Pasado sí. Al otro empezamos a cansarnos. La medida del deseo son tus manos en mi cuerpo. Sujetando mis caderas como si éstas no hubiesen sido nunca sujetadas por ningún humano. Solo por bestias, me dices. Solo por las bestias de la noche. Te susurran al oído gemidos de animal. Te dejan la huella de la garra en la piel, el rastro del pelo duro, el olor del cazador y la marca de los colmillos. Tú, en cambio, presumes de delicadeza. Aunque tu mano sea más grande que la de todos ellos en mi. Aunque seas capaz de taparme la boca y los ojos al unísono. Podrías ser la bestia, y eres El salvador. Podrías ser mi cazador, y eres el que viene a cazar al que me caza. - ¿Soy yo la presa, entonces?- me pregunto. Aquí mismo, bajo el cuadro de Munch. En esta cama. Con tu cuerpo aplastando mi cuerpo. Seguimos en el mismo escenario. Ha sido siempre el mismo escenario que parecía otro. Te digo una cosa, solo una: la medida del deseo no es fácil. Puede ser cualquier cosa. Y me miras con la expresión del incrédulo. Sujetándome por la cintura como quien maneja un animalillo asustado antes de intentar demostrarle que no es un asesino de animalillos asustados. Yo aún puedo ganarte, me digo. Aún puedo ganarte, aún aquí debajo, aún asida por tu mano que es la medida de mi deseo, y, por tanto, me hace más débil que nunca. -Si aprietas un poco más... seré tuya para siempre- te digo. Y noto como tu mano se vuelve tímida al contacto con mi cuerpo. Te envuelve el miedo. Y, ahora, ¿qué vamos a hacer con todo esto? ¿Con todo este deseo que parecía el rugido del animal y es más humano que el lenguaje con el que estoy intentando escribir esta historia? Parece que has escuchado mis preguntas en silencio. Pero solo duermes. Cerrando los ojos ignoras que estoy. Que te pregunto. Y que esa pregunta es una semilla que germinará antes o después. Y que esto que nos pasa es tan real como la mano que delicadamente sabe cogerte por donde delicadamente no podrás escapar. Dormirás poco. Y me dejarás sola. Pero ya nada será lo mismo. Ya hemos tocado con las garras las manos. Ya hemos mordido al enemigo y lo hemos amado. Ya hemos despertado. Yo en ti y tú en mi. Te levantas. A oscuras. Si estuviese despierta te irías sin más, pero como piensas que duermo me das un beso en la frente. El amor son cosas muy pequeñas. Diminutas. Y uno no puede querer dar un beso en la frente a la dama dormida sin sentir más que solo los labios y la frente ajena. No quiero complicarme la vida, Mía. No quiero complicarme la vida. - te escucho susurrar. Es casi una súplica para que escuche en mis sueños. - No te preocupes- contesté- tranquilo.

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