El instinto
El hombre viejo, desilusionado de todas las cosas,
desde el umbral de su casa bajo el tibio sol
contempla al perro y a la perra desatar el instinto.
En la boca desdentada corretean moscas.
Su mujer murió hace ya tiempo. Ella también,
como todas las perras, prefería ignorarlo,
pero tenía el instinto. El hombre viejo olfateaba
—antes de perder sus dientes—, la noche llegaba,
se metían en la cama. Era hermoso el instinto.
Lo que le gusta del perro es su gran libertad.
De la mañana a la noche recorre la calle;
y un poco come, un poco duerme, un poco monta las perras:
no espera ni siquiera la noche. Razona,
como que husmea, y los olores que siente son suyos.
El hombre viejo recuerda una vez que de día
lo hizo como un perro en un campo de trigo.
No sabe ya con qué perra, mas recuerda el sol radiante
y el sudor y las ganas de no cesar nunca.
Era como en una cama. Si regresaran los años,
lo querría hacer siempre en un campo de trigo.
Baja por la calle una mujer y se detiene a mirar;
pasa el sacerdote y se voltea. En la plaza pública
se puede hacer de todo. Incluso la mujer,
que está dispuesta a voltearse por el hombre, se detiene.
Solamente un muchacho no tolera el juego
y hace llover piedras. El hombre viejo se enoja.
enero de 1936
No. You aren't here. Now.
Me levanto y ya no estás. Y este es un día cualquiera. Y sigue haciendo Sol. Hace un Sol brillante. Hace tanto Sol que parece que hoy no es un día en el que nadie pueda dejar de quererse. Me pica en los ojos el Sol. Y me gusta.
Pero, me levanto y ya no estás.
Y todo parece un sueño.
You know? A dream.
Recuerdo la última palabra que dijiste ayer, con voz alta y grave.
Y el portazo. Y el cansancio que entristecía tu mirada.
Are you tired, my love?
La mente se evade con algunos pensamientos. (En mí, siempre son recuerdos y letras).
Leí hace tiempo un poema de Pavese. Laborare stanca. Trabajar cansa. Amar también cansa. ¿Será porque trabajar cansa, como decía el poema? Pues no lo sé. Pero si sé que lo siento mucho -que nuestro amor se canse-. Y que no lo siento mucho, también. Sorry.
Marc ha dejado un mensaje de audio en mi whatsapp. Dice:
- - Tenemos que hablar, Jane. Esto no puede seguir
así.
- Otra vez, Jane. - me digo a mí misma en voz alta, altísima, y con tono de burla.
Ese tenemos que hablar que parece salir de lo más profundo del humano. Sale de donde nadie tiene derecho a tocar hasta que tú, Jane, metes la mano tan adentro que la persona quiere escupirte. Vomitarte. Esos órganos no son tuyos. Eres de digestión pesada. Las personas te engullen como a un dulce muy rico y luego sienten terribles dolores de barriga. Jane. Es la verdad. Sonríes, Jane. Es la verdad.
Marc parecía perturbado y sus palabras anunciaban una conversación que he escuchado ya más de una vez de distintos interlocutores. A algunos les he amado. Mucho. Bastante. Suficiente. A otros, simplemente les he cogido algo de cariño de tanto hablar y de tanto tocarles.
He hablado después de escuchar el tenemos que hablar en dos de mis restaurantes preferidos, y en una playa a pleno sol. Esta última conversación ha quedado grabada en mi memoria. ¿Cómo en en un sitio tan bonito podía acabar una historia? (no recuerdo el sitio pero sí que era la mar de bonito). Podían sellarse sentimientos como si se pegasen con Loctite. Las palabras pueden pesar como el cemento con el rumor del oleaje de fondo, una despedida llena de calma. Aquella mañana en la que Pol me dejó en la playa bajo un sol como el que hace hoy (hoy que Marc me ha dejado el mismo mensaje que me dejó Pol) no podía resistirme a observar como los labios de Pol se movían y decían palabras, intentaban decir palabras. Pero su atención estaba eclipsada por aquel placentero rumor del oleaje. Cuando Pol acabó de decir lo que tenía que decir concluyó con una frase:
- Y no cambiará nada entre nosotros, aunque no haya funcionado. - ya, claro.
Sí. Era dramático y hermoso. Pol era así. Dramático y hermoso como yo. Por eso no había funcionado. Con Luís era porque éramos tan, tan distintos. Con Aaron porque no coincidíamos en horarios. Con Jack todo podía haber sido perfecto, pero sus preferencias sexuales me dejaron un tanto… confusa, por llamarlo de algún modo. Y después llegó Marc. Con su sonrisa perfecta y su aliento a mentol. Con sus ¿necesitas algo? ¿estás bien? Con su buen humor matutino y sus ganas de cocinar algo rico a todas horas. Con sus manos, que recorrían mi cuerpo como si me reconociesen de un pasado antiguo. Y sus besos. Y sus abrazos. Y su todo.
Cuando conocí a Marc pensé que funcionaría. Lo decían las
largas noches que pasábamos hablando después del sexo y el vino que compartímos sin echarnos en cara quien de los dos había bebido más. Y las
miradas y los silencios absurdos que te hacen parecer pequeño mientras sientes algo grande, grande.
Y eso.
Todo eso.
Y ahora me encuentro, después de dos largos años, escuchando el mismo mensaje en el contestador que he escuchado otras veces
de una persona de la que nunca habría esperado esas palabras.
-
¿Falla el amor? ¿Fallo yo?
– ¿Falla y parece que todo está bien? ¿Falla porque no
logramos llegar al interior del otro, porque el amor no existía de antemano,
porque somos arrogantes y cobardes?
Pues no sé. Pero mi gato sigue haciendo lo mismo aunque se haya montado todo este drama.
Y el sol sigue saliendo y calentando y siendo de lo más agradable.
Y echaré de menos a Marc.