Hay pocas cosas con tanta fuerza como cuando ves una imagen. Cambiar de lugar y ver diferente es como cambiarse de ojos por la mañana y ser distinto. Y descubres cosas. No solo sobre ti, sino también sobre los otros y sobre las acciones y sobre las decisiones que debes o no tomar.
No es una pequeña cosa mirar alrededor.
Para mirar alrededor hace falta valentía y paciencia. Y determinación. Y tener las piernas poco entumecidas y el cerebro poco cansado.
- Cada vez que le veo la mirada triste me dan ganas de correr muy lejos. Muy lejos. De largarme a otro lugar. A uno donde haya remedios para las miradas tristes de los seres queridos. - se lo cuenta a su amiga. Su amiga la mira con ojos abiertos y perdidos entre la gente que pasa incensante dispuesta a hacer colas quilométricas para visitar el Templo de la Sagrada Familia.
- No le digas nada. Sé cariñosa con él pero no le digas nada. Así no le ayudarás. . Mastica un pequeño croissant integral con chocolate negro en las puntas. Unas migas quedan estacionadas en la comisura de sus labios. Y allí se quedan hasta que decide volver a abrir la boca. Entonces caen al suelo, ligeras y delicadas.
- Sé que es la mejor opción. Pero me cuesta. El silencio me cuesta. No hablar de lo que cada uno siente. ¿Cómo puede ser tan complicado hablar de uno mismo? ¿Cómo puede ser tan complicado hablar con la persona con la que has elegido vivir y a la que has elegido amar?
- Lo estás haciendo muy complicado. Él no quiere hablar. Él tiene su tiempo.
- ¿Y si su tiempo resulta ser infinito? ¿Y si no se le pasa nunca?
- Lo estás haciendo todo demasiado catastrofista. Así no arreglas nada. Solo te preocupas tú. Y, de paso, si empiezas a hablarle, le preocupas más también a él.
- Sí, tienes razón.
Sí. Le da la razón. Pero en sus ojos se dibuja la tristeza. Hay un juicio grande a sí misma. Se siente culpable. ¿Acaso es mala? ¿Aspira a demasiado? A poder ayudarle. Solo eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario