martes, 20 de marzo de 2018

Chapter 21: Welcome to the meridian / Capítulo 21: Bienvenida al meridiano

Transitar.
Conocer.
Hablar demasiado.
Sentir poco.

Tiene sus consecuencias.

Cuando pretendes transformar el amor en otra cosa. Tiene sus consecuencias.

Y todos pretendemos transformar el amor en otras cosas.

Y nuestras pretensiones son tan grandes como nuestro Ego.

Por eso estamos Aquí y Ahora.

Y por eso casi no entendía nada, hasta que abrí los ojos. Respiré. Y me vi despierta en el mundo. Y contigo. Y conmigo.

Éramos lo más importante.

Pero hay una misión más grande. Que lo trasciende todo. Que hace brillar nuestro cuerpo. Una misión que solo entenderemos al cruzar esta línea, que parece un cristal infranqueable de ideas. Opiniones. Gritos. Sonrisas. Gemidos.

Hay formas que van cambiando y somos como la plastilina.

Te miro a los ojos, algún que otro día, y me conformo con no entender nada. Tengo la mente llena de vida, y me conformo con no entender la tuya en la mía. Y ese gesto de amor se queda en nada en cuanto me tocas y comprendo que eres la comodidad del hogar. El olor a bizcocho. El lugar donde volver cuando hace frío. La mantita de ositos de color azul que arrastrabas de pequeño allá donde fueses. El café. El café que te hacía tu madre los días de exámenes importantes. El bocadillo del almuerzo en papel de plata que llevabas al colegio. Ese bocadillo siempre estaba listo, siempre. Sin pedir ni nada.

Eres los ojos que pretendo encontrarme cuando estoy confusa o perdida. Confío en tu mirada sabia y tranquila de perro leal.

Pareces un perro pero eres el lobo. Y eso es algo que no puede evitarse. Cuando cruce la línea te veré del todo. Quedará lo que eres al descubierto, sin arquetipo posible. Sin juicio. Sin estudio. Sin palabras.

Serás tú. Y serás conmigo. Porque nunca hubo otra salida sino la que teníamos ante los ojos.

Saber mirar es el arte del sabio. Y si te quedas en silencio, si sigues a tus pies sin pensarlo, acabarás donde todo empezó.


Mía en el Meridiano
Mía sabe que la rutina es la magia de la vida. 

Así que se dispone a empezar. A pesar de que su cerebro arde como una lavadora a la que se la quedado el programa atascado y no puede parar. Centrifuga una y otra vez las ideas, las situaciones y las decisiones. Y al final todo se convierte en una amalgama de ropa mojada que no tiene tiempo de tender adecuadamente. 

Su madre la enseñó a poner la lavadora y a tender la ropa. 

María, su madre es bajita, 160 centímetros. Su mirada es dulce y sus manos pequeñitas y regordetas. Pero son manos de madre. Que agarran, que arropan, que acogen. Acarician. Su madre es una caricia que se extiende aquí y allá. Es La Madre. 

Mía la observa, pequeñitas las dos. No tiene otra cosa que hacer. Ha acabado de pintar y los niños en la calle juegan a cosas que se le hacen incomprensibles, aburridas, huecas. Prefiere estar allí, en la terraza con su madre con diez años. Aprendiendo a poner la lavadora y a tender la ropa. Dos actividades que le serán muy útiles en el futuro. Su madre le habla muy dulce. La música de su padre sube desde el piso de abajo. Las dos tienen esa música en la cabeza todo el tiempo. El ritmo del Padre. Y las palabras dulces de la Madre.

- ¿Quieres poner tú la ropa en la lavadora?- pregunta con calidez su madre. 
- No. - No quiere. ¿Debería querer?
- También es tu ropa. 
- ¿Por qué no suben papá o Carlos a hacer las lavadoras? ¿Por qué siempre subes tú?
- Porque papá trabaja todo el día y está cansado. Yo estoy todo el día en casa y no me importa hacerlo. Es como mi trabajo. 
- Pero a papá le pagan por su trabajo, y a ti no. ¿Por qué?
- Porque ser ama de casa no se paga. Se hace por amor. 

Mía, pensativa, no acaba de entender. Entiende algo, que, posiblemente, no quiera perfilar del todo en su mente de niña. De niña. Aún de niña. 

- Vale, mami. Pongo yo la ropa en la lavadora. Te ayudo. 

Y, dulce. Coge las prendas de ropa, hasta los calcetines - odia los calcetines sucios- y los mete con el cariño y la dedicación que su madre le enseña en la lavadora. 

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