La transmutación duele.
Transformarse en la bestia no es agradable para nadie. Y no es que la bestia sea algo nuevo. La bestia siempre ha estado ahí.
Y, la bestia, también posee mirada noble, y también sufre.
Cuando te conocí, nos transformamos en lobos. En una pareja de lobos que miraban en la misma dirección.
Corríamos. Intentábamos adelantar a la vida, que te engulle.
Intentaba no poner mis patas entre tus patas. Y, así, no nos caíamos. No tropezábamos.
Tu velocidad me daba velocidad. Me hacía querer correr más y más rápido. Y, de repente, hacíamos un alto en el camino para mordernos las orejas y jugar.
Jugábamos a ser cachorros. Saltábamos en los descansos. Nos lamíamos. Te quería. Te amaba. Amaba tus garras y amaba los pelitos que te crecían entre los deditos de las patas.
Y escuchaba tu perfecto aullido tumbada entre la hierba, en paz.
Éramos dos. Los dos, y la vida. Las bestias que éramos en el pasado se habían adormecido levemente. Y nacían de nosotros criaturas desconocidas y torpes. Que intentaban vivir desde la inocencia y el amor.
La decisión de darme fue una decisión grande. Darme a ti. Confiar otra vez. En que la bestia desaparecería y mi vida sería dulce. Y estaría ordenada.
Y no habría mordeduras, arañazos, golpes, sangre ni daño alguno. Estaba segura entre tu pelaje.
Me di. Inicié la carrera contigo. Decidí que podía volver a dormir acompañada. Que no me importaba compartir de nuevo los espacios. Ni las palabras ni lo silencios. Las decisiones. Que otra vez podía proponer planes y tener sueños.
Empecé a ilusionarme. Empecé a pensar que una vida juntos era más vida. Y me calmé. Estábamos juntos y la carrera ya no me dolería tanto en las patas. Porque la ilusión es como una droga. Es como una anestesia contra el dolor y los contratiempos, las pequeñas piedrecitas que te vas clavando en el camino se quedan en nada. Las sacudes y punto.
Cada vez que la vida te pone un contratiempo, es cansado, duele, pero lo superas. Es la vida.
Pero darte a alguien. Confiar en que quieres hacer equipo con esa persona. Contigo. Confiarte mi bienestar y empezar a ver que nos poníamos la zancadilla a propósito porque estábamos acostumbrados a correr solos, y ocupábamos demasiado. Eso sí fue una sorpresa.
Una sorpresa que inicia la dolorosa transmutación.
Una vez hayamos acabado esta transmutación, será muy complicado volver a vernos como miembros de la misma manada. Lo sé.
Seremos bestias. Con sed de sangre. Las bestias vagan solas, entre gritos. Porque su existencia está ligada a la herida y al dolor.
Ya nos hemos traicionado. Y ahora vagamos solos. Cada día un poco más incomprensibles. Sin ganas de expresarnos. Con la mirada perdida y los ojos llenos de rabia.
Ya no tengo ganas de correr. Camino cansada y me escondo entre los matojos para ver si saltando encima de otras presas el odio de la traición se hace más pequeño. Pero no sucede.
No hay comentarios:
Publicar un comentario